
Un film valiente y arriesgado. Un decorado único y de lo más teatral, es la minimalista escenografía de una cinta, en nada agotadora, de casi tres horas de duración. La visión de las barracas que componen la localidad corren de parte del espectador. Las pocas casuchas que pueblan Dogville no tienen paredes, ni casi mobiliario. Es más, su distribución y la de sus calles, están delimitadas por líneas blancas pintadas en el suelo, al igual que en una cancha de básquet o un campo de fútbol. Para el resto, todo es cuestión de dejar correr la imaginación. Un modo, muy sutil e inteligente, de potenciar aún más el drama que se oculta tras los muros de las cuatro casas del lugar.


Recelos, avaricia, odio, envidia, religión, venganza... Todo un catálogo sobre las miserias inmundas que amaga el ser humano. El hombre es una mierda integral. Y von Triers, con mala saña y, al mismo tiempo, con una cordura envidiable, lo deja bien claro. Los puntos siempre sobre las íes. No hay que fiarse ni un pelo de aquel que le tiende una mano: en el momento en que baje la guardia, le ensartará una puñalada en la espalda. Y luego otra, y otra, y otra… La pobre Grace aprenderá mucho sobre puñaladas traperas. Y es que, en Dogville, se la han hincado (y nunca mejor dicho) hasta al fondo en varias ocasiones. Hasta los más pequeños del lugar babean por mostrar su lado más oscuro.

Un cándido y al mismo tiempo cínico Paul Bethany, una celosa Chloë Sevigny, un perverso y déspota Stellan Skargard o la fugaz, misteriosa y estremecedora presencia de Udo Kier, entre otros, acaban de conformar el hermético universo de Dogville. Y ello sin olvidar la sobria y potente voz en off de John Hurt, un narrador, tanto o más insolente que los moradores de la pequeña aldea protagonista, que se convierte en uno de los elementos imprescindibles para comprender una historia narrada en nueve capítulos y un prólogo.
A pesar de tratar temas universales, el estar ambientada en Norteamérica no sentó demasiado bien a los nativos quienes, a buen seguro, deberían sentirse en extremo tocados cuando, para acompañar a las escalofriantes fotografías reales de sus títulos de crédito finales (y en las que se muestra la América más pobre y miserable), von Triers contó con la maravillosa y vibrante Young American de David Bowie, un remate provocador en donde los haya para el film más atrevido y redondo del realizador; una estocada definitiva que ustedes pueden disfrutar ahora a través del siguiente e imprescindible vídeo-clip. Para poner la piel de gallina al más pintado.
Con Dogville, empezaron a trastabillar las normas del movimiento Dogma, tanto por el uso de una iluminación meticulosa y cuidadísima, como por la fuerza de una impresionante colección de efectos sonoros que perfilaban el cuerpo y la existencia de multitud de objetos invisibles. Decir que se trata de una obra maestra, quizás sea demasiado… pero casi, casi.
Dogville iniciaba una trilogía, la USA-Land of Opportunities. Manderlay, en la que volvía a aparecer el personaje de Grace (aunque interpretado por Bryce Dallas Howard), fue su segunda entrega. Para el próximo año, Tutatis mediante, está previsto el cierre del tríptico con Wasington… sin hache intercalada.

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