Llegada directamente de Francia y dirigida por Philippe Le Guay, Las Chicas de la 6ª Planta no es más que una comedia afable que, a golpe de tópicos, retrata la vida en París de un grupo de inmigrantes españolas que, en los años 60 y huyendo de la dictadura franquista, empezaron a trabajar como empleadas del hogar en distintos domicilios del país vecino.
A principios de los años 70 y desde España, Roberto Bodegas ya planteó el tema de la inmigración y el servicio doméstico en Españolas en París, aunque desde un prisma más dramático y crítico que el utilizado por Le Guay en su film. Éste, al contrario que Bodegas, se centra más en el punto de vista afrancesado, ofreciendo de este modo todo un útil catálogo de cómo se nos ve y se nos etiqueta a los españolitos desde allí. El chauvinismo está servido: el amor por la jarana y las coplas o la pasión por la paella son de reglamento, así como el punzante detalle de dibujar a sus protagonistas españolas como un pelín más incultas que el resto de la sociedad francesa. Pero como lo hace de forma graciosa y hasta con cariño (y cierta razón), la cosa no acaba de molestar.
De hecho, la caricatura de dos culturas distintas aunque geográficamente muy cercanas y en un marco histórico muy concreto, no es lo que más le interesa al realizador. Lo suyo es entrar a saco en el microcosmos de Jean –Louis Joubert, un adinerado gabacho (de cierto parecido físico con Josep Lluís Núñez) que dedica su vida casi única y exclusivamente a la asesoría económica de su propiedad, desatendiendo un tanto a su esposa y a su entorno familiar. Un microcosmos, el de este hombre, que empezará a desmoronarse con la llegada a su hogar de una nueva criada, María, una joven y atractiva española que le abrirá las puertas a un mundo desconocido, el de la sexta planta: lugar en el que malviven un grupo de mujeres españolas dispuestas a hacer de su sacrifico un divertimento más.
La película, a pesar de poseer una dualidad ideológica que podría resultar molesta, engancha y entretiene. Seguramente ello es debido a la naturalidad con la que plantea ciertas cuestiones. Nunca intenta hacer dogmatismo de ello, mostrándose al contrario simple y sencillo en sus exposiciones. La efectividad de la propuesta es innegable. A ello, tienen mucho que decir el buen trabajo y la química que se desprende de su pareja principal; el de una pareja marcada, sin embargo, por la lucha de clases y una (casi) abismal diferencia de edad. El, Fabrice Luchini, toda una institución interpretativa en Francia; ella, una espléndida Natalia Verbeke de expresiva y dulce mirada. Y allí, situada en medio del cotarro y controlando la furtiva simbiosis nacida entre María y el señorito Jean-Louis, la gran Carmen Maura en un papel episódico aunque contundente: el de la voz cantante de ese grupo de mujeres que, del distanciamiento de su país natal, hacen de tripas corazón.
Un consejo: se si acercan a Las Chicas de la 6ª Planta, háganlo desde la versión original subtitulada y disfruten oyendo ese batiburrillo idiomático en donde el francés y el español se dan la mano compartiendo protagonismo. Según cuentan malas lenguas (muy fiables, por cierto), en la versión doblada, todos los personajes franceses han acabado hablando español con acento gabacho, al igual que harían los imitadores macarrónicos del inspector Clouseau.
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