4.7.05

Ustedes lo han querido: INTACTO

Juan Carlos Fresnadillo debutó en la pantalla grande con Intacto, una extraña y magnética ópera prima que, incluso, asombró a la prensa y al público en su pase por el Festival de Sundance. Es una lástima que, desde el año de ese debut, 2001, ese joven realizador no se haya vuelto a colocar tras la cámara para dirigir otro largometraje.

Antes de embarcarse en la filmación de Intacto, Fresnadillo se estrenó en el mundo del cine con un curioso cortometraje, Esposados, una divertido y macabro guiño al cine negro y a la filmografía de Alfred Hitchcock que, merecidamente, le valió una nominación al Oscar, en 1997, en esa categoría.

Intacto es una película compleja y muy original. Tiene varios niveles de lectura, sin ser, por ello, un film complicado. La cinta abarca varios géneros, mezclados con total ingenio y sin romper en absoluto su ritmo narrativo y argumental. Al contrario, potenciándolo al cien por cien. ¿Thriller? ¿Melodrama? ¿Cine fantástico? ¿Comedia negra? Un poco de todo al mismo tiempo. ¿La reinvención de un nuevo género o, por el contrario, el robar el estilo visual y descriptivo del alucinado Lynch para así coordinar, a través de un excelente guión, un producto mucho más completo y comprensible que los del director de Montana? Posiblemente, tras Intacto, se escondan ambas intenciones.

El surrealismo vertido por Fresnadillo es mucho más sutil que el de Lynch. Más sagaz. Suave, para evitar que sea su único leiv motiv, como un adorno más. Metido a pequeñas dosis, sin exagerar, para darle un toque mágico a una historia en la que se mezclan diversos conceptos y valores: la suerte, el infortunio, el juego, la fortuna, la superstición y la desgracia. Un film vampírico como el que más. Vampiros y víctimas. Esos son los verdaderos instrumentos (más que personajes) de los que se vale para construirlo.

Un film de venganzas. Una venganza mefistofélica, como la que planea Federico, el oscuro y amargado personaje interpretado por un elegante y sobrio Eusebio Poncela, en uno de sus mejores trabajos desde que hiciera Martín (Hache); un tipo que, tras ser un hombre favorecido por su sino, ha pasado a convertirse en un gafe de tomo y lomo. Por otro lado está Tomás, un efectivo Leonardo Sbaraglia antes de que se le subieran los humos a la cabeza; tras ser el único superviviente de un mortal accidente aéreo, se transformará en la herramienta idónea para que Federico pueda cumplir su desquite. Poncela y Sbaraglia. Vampiro y vampirizado. Maestro y alumno.

Y, en el otro extremo, por encima del bien y del mal, se encuentra el tercero en discordia. El obsesivo objetivo de Federico. El que cierra el triángulo de la fatalidad. Aquel que, como otros personajes de la cinta, es capaz de bailar, a diario, con la mismísima muerte si con ello consigue su redención. Él es Samuel, un viejo judío, traumatizado por su paso por un campo de exterminio nazi y que, con los años, se ha convertido en el hombre más afortunado del mundo. Propietario de un inquietante, solitario y misterioso casino, enclavado en medio de un mágico valle, sólo se le podrá arrebatar la suerte pasando por encima de su cadáver. El vampiro mayor. El Conde Dracula. El gran chupasangre. Max von Sydow, con su impresionante porte y su personalísima dicción, fue la acertada elección para dar vida a ese ser endiosado que, desde sus catacumbas de neón, necesita más y más sangre para seguir disfrutando (a su manera) de la vida. Vida y muerte. Dos conceptos que viajan a lo largo de todo el metraje, aunándose, en varias ocasiones, de manera angustiosa. Y el azar (tanto el maldito como el bendito), en este caso, es el verdadero sustituto de las estacas. La única arma posible para derrotarlo.

Y como grandes decorados de la historia, dos frentes totalmente diferenciados. Por un lado Madrid, una ciudad nocturna, oscura, casi fantasmagórica, plagada de submundos inexplorados por la gente corriente. Y, por el otro, el paisaje misterioso y desértico de la isla de Tenerife. Dos escenarios antagónicos que, sin embargo, esconden el mismo grado de fortuna y de desgracia.

Les aseguro que, ante el este calibrado y soberbio film de Fresnadillo, es dificil quedar indiferente. Intactos, seguro; pero indiferentes, jamás.

Para que luego vayan diciendo por ahí que el cine español no tiene joyas en su haber.

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