Es sábado. Mes de julio. En Barcelona hace un día gris pero, no obstante, un calor sofocante. Mucha humedad. Demasiada. Un calor de esos que provocan una pereza inusual (¿o usual?) en un servidor. Vaya. Hablando claro: que no me apetece mucho redactar. La mitad de ustedes están disfrutando del fin de semana. Seguro. Unos en el bosque, apreciando como se va quemando, a marchas forzadas, la flora y fauna de nuestro país (¡pobres lirones caretos!). Otros en la orilla del mar, remojándose, en esas aguas contaminadas, los pies cansados de una larga semana de trabajo. Y mientras, Spaulding (o sea, yo), en la ciudad. Ni bosques, ni playas, ni hostias.
“¿De qué película les hablo hoy a esta gente?”. Una preocupación diaria. Constante. Cientos de películas me vienen a la cabeza para ver y después comentar. Pero, ¡caray!, algún día de descanso he de tener. Esta alma bendita que poseo se ha rebelado y, con voz amenazadora, ha susurrado una orden a mi mente derretida por el sofoco de la gran urbe: “Nada. Hoy no hablas de nada. Descansa, buen hombre”.
Dicho y hecho. Mañana será otro día. Aunque sea domingo, les volveré a pegar el rollo cinéfilo. Nada de Bergmans, que en esta época uno se queda traspuesto por los jodidos cortes de digestión. Total, me he dicho a mí mismo, que hoy no escribo.
A media tarde me he acicalado un poco. Sólo un poco. Lo suficiente para poder salir a la calle, acompañado de esa buena mujer que aguanta mis neuras día y noche. Una vueltecita y un cafetito con hielo. ¡Cómo me apetecía un café con hielo! Ustedes no lo saben bien. Reconfortante. Energético. Mmmmmmmm. Misión: buscar una terraza fresquita, lejos de nuestro domicilio (para cambiar de escenario) y que no estuviera (o estuviese) muy llena.
Hemos encaminado nuestros pasos (en coche, vaya) hacia el barcelonés barrio de Gracia; de esos típicos barrios entrañables de los que siempre hay uno en cada capital. Un barrio sencillo, agradable. Como un pequeño pueblo, pero en medio de la gran ciudad. O sea, atestado de gente, lleno de okupas y de motos ruidosas. La máxima placidez a la que un urbanita puede aspirar. Y allí, una terraza, a la sombra, no muy llena. Bueno, la verdad es que estaba vacía. Su interior, en la barra, plagado de habituales. De esos tíos muy serios, solitarios, cuya gran distracción es mirar fijamente como va bajando el nivel de líquido de su apreciada jarra de cerveza para, a los pocos minutos, entablar una corta pero contundente conversación con el barman: “Ponme otra”.
Y yo, allí, con mi mujer. Solos. Toda la terraza para los dos. ¡Qué gozo!. “¿Nos pones una cerveza y un café con hielo”. El barman asiente. Un tío profesional. Entra en su antro, sortea a los solitarios embobados con sus respectivas jarras y se coloca detrás de la barra. ¡Sacrosanto lugar! Maneja la cafetera con una habilidad natural, asombrosa. Impasible. Se nota que lleva años en el oficio. Serio, sin fruncir una sola ceja. Rebusca en la nevera y saca una botella de cerveza. Pilla su bandeja, con una sola mano, y en ella deposita la cerveza y ese ansiado café con hielo... ¡Mmmmmmm! Por fin.
La sola visión del café me deja asustado. Pasmado. ¡Es de color marrón!. “Por favor, le he pedido un café, no un cortado”. El barman se siente como ofendido. “¿Un cortado? ¡Qué va! Es café, café”. Joder. Café, café. Juraría que el café-café es negro. Me lo miro y lo remiro. Efectivamente, un cortado no es. Pero café-café, menos. A lo mejor, por ese tono marroncillo, se trata de un chupito de Cacao-Lat. Pero... , ¿y esa espumita? ¿Cacao-Lat con espumita? No me atrevo ni a beberlo. Él será muy profesional, pero yo soy muy mío. Sé, positivamente, que si me lo trago, tendré que salir corriendo hacia el lavabo, pasando (con cierto peligro) por encima de los solitarios ensimismados. Me huelo que es uno de esos bebedizos que provocan una diarrea instantánea. De las de cagar a pistola, a chorro, vaya. Total, le saco una foto para que ustedes mismos juzguen. ¿Qué sustancia líquida puede ser?
Nunca jamás volveré a ese bar. Lo juro. Y yo, sin café con hielo. Tal cual se ha quedado en la mesa. ¡Tiempo y se acabó!
¿Y para qué les cuento todo este rollo? ¡A saber!. Y eso que no tenía ganas de redactar.
Por cierto. Si quieren disfrutar de verdad, pásense por la página de mi cuñado, Absence. Ese hombre ha parido, hace pocos días, una nueva sección impresionante. Vidas Ajenas, se llama. Y no se pierdan, sobretodo, la última entrega. Hacía tiempo que no me reía tanto.
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