El viernes se estrena en nuestras pantallas el último film de Carlos Benpar, Cineastas Contra Magnates, un director catalán de irregular filmografía que, en esta ocasión, ha cambiado la ficción de sus títulos anteriores para entrar, de lleno, en un documental sobre uno de los temas que más le apasionan y obsesionan.
A principios de los años 80, cuando TVE emitió una lastimosa copia del estimable wester El Hombre del Oeste, en la que no se respetaba el formato original de éste (un espléndido scope), Benpar, a modo particular, interpuso una denuncia al Ente corporativo de RTVE por no proyectarla con la configuración original ideada por su realizador, Anthony Mann. Meses después, la misma cadena, la volvió a emitir tal y como la había concebido Mann.
Desde entonces, Benpar ha sido uno de los cineastas que más ha luchado, en nuestro país, por conseguir el respeto a las obras cinematográficas tal y como han sido engendradas. O sea, no trastocar el formato original de proyección (sea cual sea el de la película), la no coloración digital de viejos clásicos en blanco y negro y, entre otros atentados al resultado final -tal y como hiciera en su día Federico Fellini-, abogar por la supresión absoluta de cortes publicitarios en sus pases televisivos, evitando, de este modo, la congelación del crescendo narrativo de la película.
Un film loable por sus pretensiones educativas y que, al mismo tiempo, sirve como efectiva denuncia de la mala conservación y utilización pública de ciertos títulos. Una manera como otra de hacer entender, a ciertos personajes (magnates o mangantes, tanto da), que una obra cinematográfica tiene el mismo valor artístico que un cuadro de Picasso, Velázquez o Monet, por citar sólo a unos cuantos reputados. ¿Alguien entendería la visión de un Guernica recortado que, únicamente, mostrara la parte central de la pintura? Lo mismo ocurre con el mundo del Séptimo Arte. Un director no apuesta por el formato panorámico o el scope por simple capricho, sino porque cree que, con uno o con el otro, podrá contar mejor la historia que pretende plasmar en imágenes.
Para que valga de ejemplo práctico, el destruir y cambiar la fotografía ideada por un realizador, trastoca la imagen de la misma manera aberrante que ocurre con las dos imágenes siguientes.
Lo que significaba una estampa completa y de cierta amplitud (como en el caso del scope), por culpa de las artimañas de ciertos manipuladores sin escrúpulos, acaba convirtiéndose en la surrealista representación de un par de narices y dos barrigas. La misma foto pero recortada, de manera extrema, con la única y perversa intención de cubrir, en su totalidad, la cuadrada pantalla de los televisiones tradicionales.
De estos y más temas habla Benpar en Cineastas contra Magnates, un film que le ha llevado más de tres años de rodaje y que le ha acercado, como testigos principales de sus quejas, a gente tan prestigiosa como Woody Allen, Arthur Penn, Stanley Donnen y Richard Fleischer, entre otros.
El documento está plagado de ejemplos prácticos y visuales. Tanto en la salvaguardia de los formatos como en las agresiones debidas a cortes publicitarios o a las mutilaciones de metraje para aligerar tiempo durante un pase televisivo. Todo tipo de ofensas vergonzosas al mundo del cine tienen cabida en el trabajo de Benpar, quizás el mejor de todos los suyos hasta el momento.
Tanto ha sido el celuloide acumulado en estos tres años que Cineastas Contra Magnates se trata, en realidad, de una primera parte. Dentro de pocos meses estrenará su continuación. Una segunda entrega que incidirá, ante todo, en las sentencias judiciales a ciertas denuncias interpuestas por algunos conocidos realizadores.
Lástima, de todas maneras, que un material tan interesante y cinéfilo como éste no haya sido plasmado de manera más ágil en la gran pantalla. La falta de sintetización del film es alarmante. Se antoja reiterativo, incidiendo una y otra vez en los mismos conceptos, al tiempo que, en un alarde paranoico de falsa originalidad, acaba insertando, a lo largo y ancho de su metraje, algunos pasajes ficticios (y ridículos) que, contando con actores de tres al cuarto, pretenden aclarar ciertas ideas ya remachadas con anterioridad. Y eso por no hablar de la innecesaria presencia de Marta Belmonte, un busto parlante que interpreta el papel de conductora del documento. Una figura que bien podría haber sido sustituida, con mejores resultados, por una sobria voz en off.
De todas maneras, aquí está Cineastas Contra Magnates. Un film cargado de buenas intenciones y casi imprescindible para los cinéfilos más arrebatados.
Se trata sólo de limar asperezas. Y, dentro de unos cuantos meses, una nueva entrega.
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