22.7.08
La gran ñoñez dentífrica
No se dejen engañar por la presencia de Hilary Swank. Ella es el único reclamo para vender una película tan ñoña y dulzona como esta indigesta Posdata: Te Quiero, una comedieja sentimental orquestada, con todo el descaro del mundo, para único y exclusivo lucimiento de la actriz. Bueno, mejor dicho, de la actriz y su gigantesca dentadura Colgate.
Historias como la que nos vende Richard LaGravenese, las hemos visto ya con anterioridad, una y mil veces, y con guiones dotados de mucha más fuerza; una fuerza que aquí se desploma a los cinco minutos de su inicio. Y es que este neoyorquino, en Diarios de la Calle, su anterior trabajo, ya nos demostró (también con la ayuda de la Colgate's Girl), que lo suyo es aburrir al personal mediante productos explotados hasta la saciedad por otros realizadores.
Aquí, la Swank interpreta a una mujer que acaba de enviudar inesperadamente. Como pareja no es que funcionara muy bien con su compañero pues, por cualquier nimiedad, se tiraban rápidamente los trastos a la cabeza. Pero una vez incineradito el marido y colocadas sus cenizas dentro de una urna a modo de baúl (y diseñada por ella misma), empezará a recibir una serie de cartas de amor escritas por su difunto esposo antes de pasarse al otro barrio; cartas en las que le recuerda ciertos periodos de su romance y desde las que aprovecha para jurarle amor eterno. Vaya, una tortura psicológica sin precedentes.
Posdata: Te Quiero es un pastelón de mucho cuidado. La mínima originalidad de su planteamiento desaparece rápidamente, convirtiéndose en un corrido de situaciones cansinas y salpicadas de una cursilería sin límites. La tensa relación de Hilary con su madre (una Kathy Bates poco inspirada) o la más distendida que mantiene con sus dos amigas del alma (Lisa Kudrov repitiendo su sempiterno rol de idiota y una insustancial Gina Gershon), muy poco aportan a la historia. En realidad, sólo sirven apara alargar más de lo necesario el metraje, logrando superar así (y de largo) las dos interminables horas de duración.
Y como toda película romanticona que se precie, no podían faltar las bellas estampitas de paisajes al más puro estilo de los catálogos de las agencias turísticas. Para ello, y aprovechando que la accidental pareja formada por Swank y Gerard Butler se formó durante un viaje de ella a Irlanda, al realizador le resulta inevitable el colocar unos cuantos flash-backs, con el dúo en plena campiña irlandesa y soltándose irritantes frases de amor el uno al otro.
Por si no fuera suficiente con tanto despropósito (y sin tener en cuenta las canciones que se pega la joven de la sonrisa perenne), el tal LaGravenese debió recordar que el insulso del Butler entonaba unas cuantas cancioncillas en esa visión lentejeluera que del Fantasma de la Ópera parió el hortera del Schumacher y, para no ser menos que éste, le da la oportunidad al actor para que repita un tanto de lo mismo en su cinta. Ya estaba el chiquillo más perdido que un pez en el agua con su papel de cadáver enamorado, que sólo le faltaba verse obligado a cantar en plan rockero... y más teniendo en cuenta que, en el film, aparece (totalmente desaprovechado y en un papel vacío) Harry Connick Jr., un tipo que, como mínimo, podría haber desgranado, con su voz y su piano, el tema musical de Gordon Jenkins y Johnny Mercer que da nombre al producto.
Ahórrense unos euros y , en lugar de perder el tiempo con esta bobada, dedíquense a otras cuestiones más edificantes como, por ejemplo, redactar cartas de amor de modo amanuense a su portera.
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