7.9.06

El barbero hindú

Cada vez lo tengo más claro: a Shyamalan, El Sexto Sentido se la hicieron. Después de ese engaño tramposo de El Bosque y tras ver su nuevo film, La Joven del Agua, abogo para que el director hindú cambie de oficio. Lo suyo es tomar el pelo; le encanta rapar al cero al espectador. Una barbería sería el negocio ideal en el que verter sus tonterías. Y digo “tonterías” con pleno convencimiento, ya que la susodicha joven en remojo, a mi parecer, es una gansada como un piano.

Shyamalan, a sabiendas que el espectador acude a sus películas dispuesto a descubrir su giro final, en esta ocasión, cambia de tercio e intenta evitar ese tic argumental habitual. O sea, en La Joven del Agua, no hay sorpresa ni nada de nada. Es un producto vacío en el que vuelve a insistir, al igual que hizo en El Bosque, en lo bonito que sería vivir en un mundo idílico, sin guerras y en total armonía; un mundo en el que todos colaboraran por conseguir la misma meta, sin odios ni recelos. El Viva La Gente del siglo XXI, un canto utópico y muy precioso, pero que tal y como lo conduce, suena a ridículo, desfasado y, en su caso, falso; muy falso.

Si lo de “falso” les suena muy duro, cámbienlo por “contradictorio”, pues el Shyamalan, ese hombre humilde que querría hacer desaparecer todo tipo de rencores de la faz de la tierra, se muestra en su film como un resentido de mucho cuidado. Ofendido por la mala acogida que tuvo su anterior título por una buena parte de la crítica internacional, en La Joven del Agua ejecuta su particular y cruenta venganza contra el colectivo. Y lo hace de manera furibunda, a través del personaje de un crítico cinematográfico con el que se ensaña de mala manera y que, para más inri, resulta ser el único personaje que se muestra huraño y prepotente. El resto de ellos, los componentes de la comunidad de vecinos en la que transcurre la cinta, están perfilados como gente sencilla y dispuesta a echar una mano a la mínima de cambio.

Su idea argumental es ínfima; cuatro notas sobre un papel roído. Su guión es ridículo. Ridículo y cursi; muy cursi. Dicen de Spielberg y su melaza cinematográfica..., pero les aseguro que Shyamalan, en La Joven del Agua, acaba empachando. E indignando, pues sigo manteniéndome firme en que se trata de una inmensa tomadura de pelo. Francamente, me sentí engañado al salir del cine. Incluso, a pesar del radiante sol, sentí cierto helor polar en mi cocorota.

La película es tan empalagosa como las de las épocas más ñoñas de la casa Disney, aunque sin dibujos animados. Para muñecote alelado ya tenemos a Paul Giamatti quien, en esta ocasión, incluso tartamudea al mejor estilo Porky Pig. En el film da vida a Cleveland Heep, el solitario encargado de mantenimiento de un bloque de apartamentos. El bueno de Cleveland es un tío muy tristón que, entre chapuza y chapuza, pasa la mayor parte del día encerrado en su pequeña casita de madera, situada frente a la piscina comunitaria. Allí, entre alicates y detergentes varios, piensa y piensa en el trágico pasado que le tocó vivir, hasta que una noche de tormenta tenga que rescatar de la piscina a una joven desnuda. La joven no es ninguna vecina. Tampoco es una suicida. Es una ninfa marina; una ninfa procedente de otro lugar, de un planeta acuoso, en el que la bondad es norma de vida. Ha sido enviada a la piscina del cándido Cleveland para llevar la paz a la Tierra.

¿Tierno, no? Una ñoñería de mucho cuidado, adornada con cuatro toques fantásticos y una mínima intriga. Esta intriga no es más que una pobre excusa para lograr que toda la comunidad de vecinos se vuelque en ayuda de Cleveland y de la muchacha pasada por agua... Un grupo vecinal que, a pesar de su aspecto freakie, muy poco tiene que ver con los integrantes de La Comunidad de Álex de la Iglesia: los de Shyamalan, a excepción del ignominioso crítico, son muy angelicales.

Para darle algún toque terrorífico a la historia (¡qué menos!), introduce a un ser monstruoso y acechante; un ser de la oscuridad: una especie de lobo gigantesco, de color verde, capaz de camuflarse a la perfección entre el césped y dispuesto a zamparse a la chiquita remojada. El Cespín voraz, un elemento desestabilizador dentro de la historia que, en realidad, no provoca inquietud alguna.

Dejando a un lado sus buenas intenciones pacifistas y su cuidada puesta en escena (lo único "salvable" del invento), el gran problema de La Joven del Agua es que no lleva a ninguna parte. Por mucho que se escude en la fantasía y en los cuentos, no tiene pies ni cabeza. Y lo único que le pido a una película, por muy fantástica que sea, es un mínimo de coherencia. Y ésta, no lo tiene. Una gigantesca tomadura de pelo, en la que ni siquiera su realizador ha conseguido crear ese clima de tensión tan particular que, en otros títulos, había logrado a la perfección. Él es consciente que, como director y a nivel popular, se ha convertido en una estrella. Y, en esta ocasión, se ha preocupado más por su ego que en confeccionar un producto decente: tan lejos ha llegado en su afán ególatra, que sus habituales apariciones tipo Hitchcock han sido incluso cambiadas por un papel protagónico, con cierta entidad, dentro de la película.

Lo que digo: ¡qué monte una barbería y se mire muchas horas en el espejo!

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