15.9.06

Para siempre en la memoria


2 de marzo de 1974. Pocos minutos después de las 9 de la mañana, el catalán Salvador Puig Antich era ejecutado, mediante la cruel técnica del garrote vil, en la Prisión Modelo de Barcelona. Se le consideraba el autor material de la muerte de un policía durante un enfrentamiento en pleno Eixample barcelonés. Esa era la versión oficial; una versión manipulada y distorsionada por una dictadura que estaba dando sus últimos coletazos. El enfrentamiento no era tal, pues el acusado se defendió al verse atrapado en una emboscada policial. Años después, la autopsia oficial demostraba que, de las cinco balas impactadas en el cuerpo del agente Francisco Aguas, tan sólo dos de ellas pertenecían a la pistola de Puig Antich.


Pocos meses antes de su ejecución, el 20 de diciembre de 1973, mientras el detenido esperaba en su celda una posible resolución positiva a su caso, ETA hacía volar por los aires al Presidente del gobierno español; Luis Carrero Blanco, a bordo de su automóvil explosionado, se alzó más de 20 metros para estrellarse posteriormente en la terraza de un convento de monjas. De Madrid, al cielo. Aunque en ese caso, y tratándose de quien se trataba, sería mejor un sutil cambio en el refrán: de Madrid, al infierno (con peaje religioso incluido). Alguien tenía que pagar los platos rotos. Y ese alguien, por desgracia, esperaba su final en una celda de la Modelo.

Lo anteriormente narrado está perfectamente plasmado en el nuevo film de Manuel Huerga, Salvador: un retrato de un hecho y de una época que, por suerte, ya hemos dejado atrás. El mal ambiente político en las calles, la represión policial y la toma de conciencia de un buen número de jóvenes, son los principales elementos que enmarcan una historia triste que jamás podremos borrar de nuestra memoria. El director analiza, punto por punto, todos los pasos que llevaron al joven anarquista Salvador Puig Antich a ser condenado a la pena de muerte. Un chivo expiatorio que sirvió a los gobernantes para paliar su malestar y vengar sucesos como los de Carrero Blanco.

La cinta arranca con las imágenes de la emboscada a Puig Antich y Xavier Garriga, uno de sus compañeros militantes del MIL (Moviment Ibèric d’AlliberamentMovimiento Ibérico de Liberación) para, a partir de la detención de éstos, centrarse en la entrevista del primero con su abogado defensor, novio de una de sus tres hermanas. Varios flash-backs, brillantemente controlados e insertados, irán exponiendo los inicios y progresos de Salvador en la lucha armada, hasta llegar al punto crucial en el que ha de recurrir a su letrado una vez encerrado en prisión. A partir de aquí, la cinta sigue un camino similar, aunque cambia al personaje del abogado por la extraña (aunque emotiva) relación que, en la cárcel Modelo, el detenido mantuvo con uno de sus carceleros.

Salvador es una película dura. Dura y cruda; muy cruda. Es de esos productos que provocan un seco nudo en la garganta. Un film realista que, a pesar de hablar de la muerte, resulta totalmente vital y necesario Y digo vital porque, gracias a su retrato tan realista, aún podemos sentir rabia y vergüenza de haber formado parte de un país en el que aprendimos a nadar entre mares de mierda y múltiples engaños para sobrevivir. Y esa rabia, aparte de ser un signo inequívoco de vitalidad, es necesaria como ayuda para no caer nunca más en el mismo error. La desinformación, la represión y la mentira, no son sistemas útiles para gobernar. Suerte que, a última hora, no hace mucho, evitamos tropezar con la misma piedra.

Manuel Huerga no ha necesitado un gran presupuesto para su película. Es un producto hecho con el corazón; con el corazón y con los sentimientos, al igual que demuestran, en todos los aspectos, los actores que han dado vida, de forma brillante, a los personajes de Salvador. El sentirse implicado en lo que se cuenta o se interpreta, es un detalle fundamental para lograr un trabajo excelente e imprescindible; imprescindible porque, en realidad, se trata de algo más que una mera película. Salvador es la señal de alarma decisiva para no dormirnos más de lo necesario, así como un irrebatible alegato en contra de la crueldad de la pena de muerte y, ante todo, un recuerdo de un tiempo que jamás debería haber existido.


La cinta denuncia de manera tan creíble y contundente todo lo acontecido en esos días que resulta imposible, para aquellos que vivimos ese sombrío episodio, no sentir un helado escalofrío en el cuerpo y cierta humedad lacrimosa en los ojos. Seguramente algunos, a la hora de enfrentarse a la película y debido a la gran pasión volcada por el director en su última media hora, intentarán tacharla de maniquea y falsa. Nada más lejos de la realidad. Es innegable que su parte final es muy dura de soportar. En ella se plasma la eterna noche, antes de la ejecución, que las tres hermanas de Salvador Puig Antich vivieron al lado de éste. Los sentimientos, entre esos cuatro hermanos y durante esa angustiosa noche, afloraron en todas las direcciones. Algo muy lógico y humano. Odio, amor, rabia e impotencia. Sobre todo impotencia. Es muy duro despedirse de un hermano a punto de ser asesinado; pero aún es más duro tener que aguantar que cierto personajillo explique, a uno de los familiares del condenado y con todo tipo de detalles, cuales son los efectos que causan en el reo cada una de las vueltas de tuerca del garrote vil. Y es que, en esos tiempos, había demasiado hijo de puta suelto.

No la dejen escapar pues, por mucho que nos pese, Salvador supone, para unos, una buena manera de recordar nuestro pasado más reciente y, para otros, los más jovenes, un documento excepcional para descubrirlo.

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