5.9.06

Ustedes lo han querido: AQUÍ UN AMIGO

En 1981, el gran Billy Wilder puso broche final a su carrera con Aquí un Amigo, un film ciertamente irregular pero que, en parte, tenía un componente emotivo sobresaliente: haber reunido, de nuevo, a una pareja de comediantes tan espléndida como la compuesta por Jack Lemmon y Walter Matthau, dos de sus actores fetiche con los que siempre se había entendido a la perfección. El film se convirtió en una herencia cinematográfica inconsciente, pues el realizador austro-húngaro tenía en mente algunos proyectos más que jamás se llevaron a cabo por culpa de las aseguradoras de Hollywood. Éstas pensaban que Wilder, debido a su avanzada edad, podría abandonarles a mitad de un rodaje, lo cual les supondría un tremedo gasto a la hora de cubrir los costes de una filmación a medias tintas. Se equivocaron de palmo a palmo. El director murió en el 2002, veintiún años después de terminar el título que ahora nos ocupa.

En realidad, Aquí un Amigo es un remake de El Embrollón, una película francesa de Edouard Molinaro que, a su vez, estaba basada en una obra teatral de Francis Veber. La historia que plasma es muy simple y ni siquiera, en su puesta en escena, Wilder intentó esconder su clara procedencia teatral. Al contrario, la potenció mucho más para darle un toque vodevilesco a todo el conjunto. La mayor parte de la acción transcurre en el interior de dos habitaciones contiguas de un hotel californiano. Una de las ventanas de éstas da directamente a las escalinatas de entrada al solemne edificio de un juzgado, lugar al que tiene que acudir un mafioso dispuesto a declarar en contra de los suyos durante un sonado juicio. Justo en esa ventana estará apostado Trabucco, un meticuloso profesional del crimen, contratado para terminar con la vida del soplón. Con lo que el detallista Trabucco no contaba es que la habitación de al lado fuera alquilada a Victor Clooney, un censor televisivo, deprimido por haber sido abandonado por su esposa y de tendencias altamente suicidas; unas tendencias que, grosso modo, podrían alterar la labor del diestro asesino.

Trabucco no podía ser otro que Walter Matthau, el hombre ideal para dar vida a un criminal gruñón, cínico y sin escrúpulos. Victor Clooney es Jack Lemmon, el suicida en potencia que estará a punto de arruinar la oscura carrera de su vecino de habitación. Como es lógico, con estos dos personajes entre manos, Wilder explotó al máximo la surrealista y accidental relación de ambos. Y como era habitual en ellos, Lemmon y Matthau bordaron al cien por cien sus papeles respectivos. Unos papeles que, por cierto, ya habían representado, de manera más o menos similar, en otros productos, y a los que siguieron sacándole provecho más allá incluso de este film. El débil y el fuerte; el cínico y el bonachón; el payaso bueno y el payaso tonto. Estaban tan acostumbrados a esos roles, que les salían de maravilla.

Precisamente, todas las escenas que ocurren en las habitaciones de Trabucco y Clooney, son lo mejor de Aquí un Amigo. Su ritmo de comedia es magnífico, por no decir insuperable. Los dos personajes están frenéticos, cada uno a su manera. Entran y salen, sin parar, de sus estancias; a la mínima de cambio, se entorpecen mútuamente: uno de manera consciente; el otro, inconsciente en todos los aspectos. Uno busca salvar su vida reiniciando su relación de pareja con su esposa; el otro, terminar su encargo para jubilarse sin que le quede ninguna cuenta pendiente con la mafia.

Hasta este punto, todo le funciona muy bien a Billy Wilder y a su eterno guionista, I. A. L. Diamond. El problema se encuentra en el momento en el que el realizador se quiere amoldar a los nuevos tiempos. Es entonces cuando el film se nota desfasado e incluso forzado. A Wilder, aparte de la acidez de sus guiones, también le funcionaba a las mil maravillas la sutilidad; ese tipo de sutilidad heredada de Lubitsch, el otro gran maestro de la comedia. A veces, un buen gag funciona gracias a aquello que no se ve en pantalla, o bien sólo por lo que se llega a intuir a través de los diálogos. Y es aquí en donde falla el director de El Apartamento: los tiempos habían cambiado y él, para ponerse al día, fue directo al grano, montando un inaguantable episodio central en el seno de una clínica especializada en terapias sexuales. Ese sarcasmo habitual de su cine desaparece para dar paso a una chabacanería muy poco habitual en sus películas. Demasiado fácil y barato. Y precisamente, ese tipo de humor grueso, con muñecas hinchables, eyaculadores precoces y personajes apellidados Cojones (tal y como suena y pronunciado en claro español por Lemmon en la versión original), queda muy bien en boca de Mariano Ozores y Cía., pero no precisamente procediendo de la mente de alguien tan ingenioso como la del hombre que construyó una comedia tan modélica como Con Faldas y a lo Loco.


Si al largo episodio de la clínica, le añadimos la presencia de un atolondrado y desmelenado Klaus Kinski, ya está dicho casi todo sobre el error en el que cayó el realizador. Kinski, en Aquí un Amigo, da vida al doctor Hugo Zuckerbrot, un terapeuta sexual que ha regalado el primer orgasmo real de su vida a Celia, la mujer del suicida Clooney; una Celia que, por otra parte, está representada por una desaprovechadísima Paula Prentiss: un visto y no visto de una actriz y de un personaje que, tal como aparece, desaparece de escena sin darle más importancia, al igual que ocurre con el tal Zuckerbrot. En realidad, tanto el uno como el otro, son una mera excusa para romper en parte su halo teatral y, al mismo tiempo, buscar la excusa ideal para las tendencias de autoinmolación del personaje de Lemmon.

Por suerte, en su cuarto de hora final, Wilder retoma el pulso de la comedia. Su estilo brillante e ingenioso de siempre vuelve a brotar. Matthau y Lemmon consiguen hacerse de nuevo con el timón. Y es allí, precisamente en esos quince minutos finales, donde su cine de toda la vida toma consistencia otra vez, impregnando a este fragmento el mismo ritmo endiablado con el que dotó a su irrefrenable Uno, Dos, Tres. Trabucco ha de culminar su trabajo y el tiempo no pasa en vano. Y mucho menos si su vecino accidental no deja de causarle graves problemas.


Un título irregular, salvado por sus dos actores protagonistas, algunos momentos de exquisita comedia y, ante todo, por un espléndido tratamiento del formato scope; un formato que, precisamente en los años 80, se utilizaba muy poco y que Wilder recuperó, de manera magistral, aprovechando al máximo toda su inmensa dimensión. En este aspecto, supuso el nuevo pistoletazo de salida para que otros cineastas recurriesen a él mucho más a menudo. Y así, hasta nuestros días.

Como dijo uno de los personajes de la citada Con Faldas y a lo Loco: "nadie es perfecto". Y, cariñosamente, añadiría que ni el propio Wilder.

Como curiosidad les citaré que, en los últimos meses y hasta hace muy poco, en la cartelera teatral de Barcelona y bajo el título de Matar al Presidente, Paco Morán y Joan Pera representaban una versión del libreto original de Francis Veber. Pero esta ya es otra historia.

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