8.6.05

El último adiós a mis piernas más deseadas

No sólo Dustin Hoffman se ha quedado huérfano de uno de los mitos sexuales de su adolescencia, tras la pérdida irremediable de su particular señora Robinson, la gran Anne Bancroft, a los 73 años y víctima de un cáncer, sino que muchos jóvenes, que en esa época quedamos prendados de las piernas de tan atractiva mujer, hemos perdido también a uno de los mayores sueños eróticos de esos inolvidables años sesenta.

Una emblemática aristócrata del cine que, antes de embelesar a Hoffman (Benjamin Braddock en el film) con esa esbeltez madura que lucía en El Graduado, consiguió un merecido Oscar como educadora de una joven sordomuda en El Milagro de Ana Sullivan para, posteriormente, convertirse en una aguerrida doctora en uno de los films más compactos y desconocidos de John Ford, Siete Mujeres, un emotivo, imprescindible y ácido canto al universo femenino.

La esposa del estresado Lemmon en El Prisionero de la Segunda Avenida o la monja obsesiva de Agnes de Dios, serán algunos, de entre otros varios personajes, que siempre quedarán en la memoria de miles de cinéfilos. Miles de cinéfilos que, por otra parte, en un momento u otro, se habrán planteado la misma pregunta: “¿cómo pudo tan delicada dama aguantar, durante tantos años, a un marido tan pesado e impresentable como el productor y director Mel Brooks?”

Descanse en paz, estimada señora. Yo, por mi parte, seguiré recordándola como lo haría el joven e inexperto Benjamin Braddock.

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