16.8.11

La ventana indiscreta

El Hombre De Al Lado es una película sorprendente. Cine argentino del bueno, del que no hay que dejar escapar. Un melodrama con pinceladas de comedia cínica (muy cínica) y dotado de cierto aire de thriller psicológico. Un film diferente, a veces minimalista, en el que el mal rollo va en aumento de manera progresiva. Dos son sus directores, Mariano Cohn y Gastón Duprat. Y dos son sus personajes principales: un diseñador moderniqui y un chuleta sin oficio ni beneficio.

Ambos son vecinos. El primero vive, en compañía de su esposa y su hija, en una inmensa casa de varias plantas diseñada por el prestigioso Le Corbusier, la única construcción de este arquitecto ubicada en Sudamérica, concretamente en La Plata (Argentina). El otro es su vecino, un individuo inquietante que habita en una casona contigua a la susodicha finca y que, con la apertura de una nueva ventana en su morada, creará un difícil conflicto de convivencia.

El enfrentamiento entre ambos sólo acaba de empezar. Los ánimos se irán templando por momentos. La cuestión, por parte del diseñador e instigado por su esposa, es conseguir que el vecino deje de levantar una ventana que considera indiscreta y un atentado a la memoria de Le Corbusier. La negociación es dura. Resulta difícil llegar a un acuerdo. El uno quiere su ventana y el otro no quiere ni oír hablar de ella.

Los sonoros y contundentes mazazos que acompañan a la polémica reforma del vecino y la cámara inmóvil soportando largos planos de forma estoica, ayudan a crear una envolvente atmosfera de lo más asfixiante. Mientras, como plato principal y contando con dos espléndidos actores no muy conocidos en nuestro país (Rafael Spregelburd y Daniel Aráoz), se va tejiendo el retrato de dos individuos antagónicos: el pijo engreído y el quincorro amenazador. Pero en realidad nada es lo que parece. Dicen que las apariencias engañan y El Hombre De Al Lado se muestra como una buena demostración de ello.

Un producto distinto, arriesgado e ingenioso. De un pequeño grano de arena se alza una montaña gigantesca: una disyuntiva absurda que da pie a disertar sobre la locura que a veces se esconde tras las relaciones humanas.

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