La recién estrenada Super 8 supone un inmenso guiño cinéfilo a toda una generación que se educó cinematográficamente con productos made in Spielberg. Los Goonis (su más claro referente), E.T., Gremlins o El Secreto de la Pirámide, entre otros títulos, están muy presentes en el largometraje que, producido por Steven Spielberg, ha realizado J. J. Abrams. Y no sólo se trata de un homenaje a una generación concreta y a una manera de entender el Séptimo Arte ya que, al mismo tiempo, se aproxima con mucho cariño a todos aquellos cineastas (el propio Spielberg en cabeza) que se iniciaron en la dirección a través de cortometrajes en Super 8.
Super 8 es entretenimiento en estado puro. No pierde el tiempo en coartadas culturales ni segundas lecturas. La cinta de Abrams no es más que lo que se ve en pantalla, sin engaños de ningún tipo. Efectos especiales, maquetismo por un tubo y niños intrépidos. Más que suficiente para lograr un producto comercial totalmente digno y atractivo. Un film fantástico y de aventuras con el (inevitable) toque dulzón de la mayoría de producciones de la Amblin de los años 80.
Ambientada en el verano de 1979, justo durante las vacaciones estivales, nos presente a una pandilla de chavales enfrascados en la filmación de un corto sobre zombis. Durante una de sus tomas, la cámara captará accidentalmente el brutal descarrilamiento de un tren de mercancías militar que, con el paso de los días, provocará extraños e inexplicables fenómenos en la tranquila y pequeña localidad de Ohio en la que residen. Algo sobrenatural parece estar azotando a la población.
Este es el punto de partida de la esperada unión de dos titanes de la imagen como Abrams y el director de En Busca del Arca Perdida. Los Goonies han sido actualizados. Y, en su camino, se les ha colocado un E.T. con demasiadas ganas de regresar a su planeta. Añádanle una historia de amor entre dos de los chicos de la pandilla (maravillosa Elle Fanning, por cierto), la inquietante presencia de un grupo de militares sin escrúpulos y un grupo de policías locales, capitaneados por el padre de uno de los muchachos, dispuestos a dar con el problema que azota a su pueblo.
La cinta funciona a dos niveles. Uno, el mejor, con el retrato de los miembros de la pandilla y todo lo que hace referencia a la divertida producción de su film en Super 8, así como a la historia de amor entre el hijo del sheriff y la hija de un tipo conflictivo y cargado de problemas con la ley. El otro nivel, el que hace referencia a los posteriores efectos del accidente ferroviario y la caza del alienígena, se queda un poco corto ante las expectativas creadas: la previsibilidad y el desmelene (la forzadísima escena final no es digna de todo su desarrollo anterior) están a la orden del día. No molesta, tampoco aburre, pero en el fondo no ofrece nada nuevo al espectador.
Lo mejor de Super 8, aparte de su endiablado ritmo, es su vena nostálgica por recuperar el sabor de los productos de los 80 en pleno 2011. Un logro más que suficiente como para perdonar ciertas irregularidades en su parte más aventurera. La compacta escena del descarrilamiento o sus ingeniosos créditos finales (de los que no hay que salirse antes de tiempo), demuestran el imaginario y la fuerza de J. J. Abrams tras la cámara.
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