Hace poco se estrenó entre nosotros United 93, un film modélico y capaz de dar una visión totalmente objetiva de los sucesos ocurridos el 11 de setiembre del 2001. Ahora le toca el turno a Oliver Stone, el cronista oficial de la historia norteamericana actual quien, con el mismo tema y a través de World Trade Center, nos propone un título totalmente distinto -en cuanto a forma e intenciones- al de Paul Greengrass.
La cinta se basa en la historia real de dos policías de Nueva Jersey, los cuales lograron sobrevivir al fatídico 11-S tras pasar largas horas de angustia y dolor enterrados bajo un montón de escombros, al desplomarse sobre ellos las dos emblemáticas torres. La cámara de Stone, aparte de analizar los sentimientos de los dos hombres malheridos, se centra en la angustia y el terror que sufrieron sus familiares más próximos, al enterarse de su posible muerte tras dárseles por desaparecidos.
World Trade Center es una película fallida, aburrida y descaradamente panfletaria, casi una (¿forzada?) declaración de principios por parte de su realizador. Una película de buenos y malos, en nada objetiva, a la que no le importa caer en el peor de los ridículos en varias ocasiones: la aparición de un Jesucristo con una botella de agua mineral entre sus manos (a modo y manera de aquellas añejas estampitas de colegio de jesuitas) o algunos de los forzados diálogos establecidos entre los dos agentes moribundos, son un buen ejemplo de ello, por no hablar ya de la molesta presencia del personaje de un marine que llamado por la voz de Dios, partirá él solo, sin ayuda de nadie más, en auxilio de las numerosas víctimas del atentado terrorista. Un personaje éste que, por otra parte, resulta alarmantemente pro Bush al afirmar, en un momento dado, que tal acción merecería reunir a más gente como él para iniciar una venganza.
Y es una lástima que Stone no se haya decantado más por el aspecto testimonial que por el emotivo, pues World Trade Center, visualmente hablando, tiene momentos magníficos, dignos de un gran maestro. Sus primeros cinco minutos son casi de antología. Sin necesidad de diálogo alguno y con la sola ayuda de la cámara, describe a la perfección el despertar de una gran ciudad como la de Nueva York, una ciudad aún adormecida que poco se esperaba ver trastocada su rutina diaria por un suceso de tal magnitud. La incertidumbre de la población tras el primer avión estrellado y la sensación de desconcierto y terror después de la segunda colisión, son otros de sus aspectos más resaltables. Y para ello, para situar al espectador en el lugar de los que vivieron de cerca esa dura jornada, evita mostrar directamente los dos mortales impactos. El estupor, el miedo y la sensación de irrealidad del momento no podían estar mejor reflejados.
Trás un inicio tan prometedor, la película se desploma (literalmente hablando) al mismo tiempo que lo hacen las dos torres. Una vez enterrados en vida los dos policías, World Trade Center empieza a navegar por terrenos resbaladizos. La objetividad que Stone parecía tener hasta ese momento desaparece por completo, aunque sigue manteniendo una estética visual excelente. Cada vez que se acerca al escenario del suceso, lo hace mediante una puesta en escena casi fantasmagórica. En contra, cuando sus protagonistas abren la boca o entran en acción, el producto se convierte en un elogio dulzón, machacón y empalagoso del heroísmo y la bondad de los neoyorquinos.
De todos modos y en medio de tanta autoestima, me extraña que no haya utilizado en exceso la manida imagen de la bandera norteamericana. Ésta aparece una sola vez, hacia el final de la película, colgando de un edificio cercano a la Zona 0, ajada y ensuciada por la ceniza.
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