23.11.11

Bienvenidos a Tontoland

Sí en Bienvenidos a Zombieland, su primera película, Ruben Fleischer se cachondeaba de las películas de zombis funcionándole el invento tan sólo a medio gas, en su segundo título, la recién estrenada 30 Minutos o Menos, apuesta por una sátira sobre las buddy movies que arrasaron los cines en los años 80. Y, al igual que hiciera con su ópera prima, lo hace a modo de comedia; una comedia que, a pesar de su pinta de tratarse de una gamberrada con tintes cinéfilos, no le funciona casi en ningún aspecto.

30 Minutos o Menos busca rizar el rizo sin conseguirlo en cada una de sus escenas y con cada uno de sus personajes quienes, en homenaje al género ochentero antes citado, actúan siempre en pareja. Por un lado, las víctimas teóricas de la historia: un repartidor de pizzas harto de su mal pagado empleo (Jesse Eisenberg) y su mejor amigo, un irritable aunque temeroso maestro de escuela (Aziz Ansari); por el otro, los malvados de la peli, un par de tipos descerebrados, discípulos directos de Beavis y Butt-Head: el perverso hijo de un militar retirado agraciado con la lotería (Danny McBride) y su fiel y leal escudero (Nick Swardson), un mentecato de muchísimo cuidado. Éstos, en su afán de contratar a un asesino a sueldo para que acabe con la vida del militar y así disfrutar de una tentadora herencia, deciden secuestrar al pizzero, arropar su cuerpo con una bomba de relojería y obligarle a atracar el banco local, con cuyo botín pagarían la elevada factura del sicario.

La ficción planteada y, ante todo su desarrollo, no es más que un desatino continuo. Sus numerosos chistes, aparte de forzados, resultan totalmente zafios, mientras que el par de delincuentes idiotizados, además de estar caricaturizados hasta extremos insoportables, se me antojan de lo más insufrible, tanto por la sobreactuación de sus dos intérpretes (ante todo un verborreico Danny McBride) como por el cliché con el que han sido construidos ambos personajes. Y ello por no hablar de la aparición de un tercero en discordia, un Michael Peña repitiendo en su sempiterno papel de matón latino y dejándose llevar por el mayor de los histrionismos.

Si algo resulta mínimamente salvable entre tanto desmelene apayasado es el correcto trabajo del siempre eficaz Jesse Eisenberg quien, repitiendo a las órdenes de Ruben Fleischer, lleva a buen puerto y de la mejor manera posible su imposible (y valga la redundancia) personaje, el del pizzero intimidado, convertido en hombre bomba y sobre el que recae el mejor y más sutil guiño cinéfilo de la cinta; un guiño que tiene mucho que ver con Facebook y, por extensión, con la espléndida La Red Social, cinta en la que el actor dio vida a su creador.

Simple y llanamente una gansada más, fruto de este imparable afán actual por confeccionar comedias disparatadas muy al estilo Apatow: es decir, sin sustancia y con muchas gilipolladas insertadas a saco. El cine políticamente incorrecto mola, eso está claro. Pero, en este caso, aparte de presentar a un sinfín de personajes y situaciones disfuncionales, no hay nada más. El vacío total. Suerte que la tontería no sobrepasa los 80 minutos.

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