22.11.11

La jubilación puede esperar

Asesinos de Élite significa la ópera prima de Gary McKendry, un film de acción al servicio de Jason Statham que, siguiendo las coordenadas enérgicas del cine de John Frankenheimer, acerca al espectador a lo que asegura ser “una historia real”. Lo de historia real, como casi siempre suele suceder, me suena a apostilla falsa para colar una crónica no demasiado creíble. Sea como sea, en EE.UU. no tragaron y se convirtió en un sonado fracaso de taquilla.

De veracidad y coherencia, la verdad es que hay muy poca. Eso sí, de desgaste de adrenalina y de viajes a lo largo y ancho de este mundo (en plan James Bond) hay un montón. No nos hemos de engañar: Asesinos de Élite es puro entretenimiento y, al argumento que nos propone, no hay que buscarle peras al olmo. Tan sólo se trata de dejarse llevar por el nervio imprimido al relato e intentar disfrutar con sus bien filmadas y numerosas escenas de acción. Peleas cuerpo a cuerpo, tiroteos, persecuciones automovilísticas y otras a pie por los tejados de la ciudad de Londres. Un poco de todo, sin apenas descanso y buscando un estilo más clásico que, por suerte, la aleja de esos montajes acelerados y sincopados en los cuales resulta casi imposible saber que narices sucede en pantalla cuando los protagonistas empiezan a atizarse.

Su personaje principal es Danny (o sea, el amigo Statham), un mercenario entrenado en el arte de matar que, justo cuando decide retirarse del oficio, ha de realizar una misión especial para un jeque árabe quien, como coacción para obligarle a aceptar el trabajo, tiene secuestrado a Hunter (un fugaz Robert De Niro), su buen amigo y mentor. El encargo consiste en eliminar, como si se tratara de un accidente, a los tres agentes del SAS (Servicio Aéreo Especial británico) que asesinaron a tres de los hijos del jeque, grabando su confesión antes de matarlos.

La película se deja ver. Y punto. Aparte de un giro argumental bastante previsible, no hay mucho misterio en la propuesta, aunque si varias incongruencias narrativas, sobre todo en el modo de conseguir las confesiones de los autores de los asesinatos ya que, alguna de ellas (en concreto, la de la tercera víctima), brilla por su ausencia.

A nivel actoral, Jason Statham hace lo de siempre: fruncir el ceño, disparar y repartir hostias a diestro y siniestro; dudo que este hombre funcione en cualquier otro registro que no sea el de héroe de acción brutote. De Niro pasa por allí y, con su nombre y (mínima) presencia, le da cierto empaque comercial al producto, mientras que Chris Owen, el tercero en discordia y dando vida a un obstinado y peleón miembro del SAS, con ojo de cristal y bigotito incluido, da la impresión de estar totalmente perdido en su delirante y poco definido papel.

Nada, que la cosa no molesta, pero tampoco lleva a ningún lado. Que de cintas de acción hay de mejores y más originales. Y es que ésta, a pesar de su trepidante ritmo, en su recta final acaba resultando pesada por reiterativa.

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