16.11.11

Malas calles

El guionista de Infiltrados y Red de Mentiras, el norteamericano William Monahan, debuta en el campo de la dirección desde la capital británica con London Boulevard, un thriller redentor tan aburrido como previsible. Su principal reclamo comercial se apoya sobre Colin Farrell y Keira Knightley, una pareja de la que, por mucho que se esfuerce su realizador, no desprende la química necesaria para hacer creíble la relación que nace entre los dos.

London Boulevard parte de la salida de la cárcel de un tipo que se ha ganado cierto estatus entre los bajos fondos de la ciudad por su fama de violento. Presionado por viejos colegas y por un capo mafioso (excelente Ray Winstone) para que vuelva a las andadas, sus ansias de redención son tan fuertes que decidirá pasar de ellos y entrar al servicio de una joven estrella del cine, presa de una fuerte depresión y encerrada en su gran mansión londinense, con la finalidad de ejercer como una especie de securata para ella y así librarla del acoso a que la someten los paparazzis. Inevitablemente, y a pesar de las intimidaciones que recibirá el ex convicto, entre él y la abatida actriz nacerá una fuerte atracción.

Su tema central, o sea, la historia de amor entre los dos personajes, resulta tan forzada que, a veces, hasta roza el ridículo en alguna de las situaciones plasmadas. Colin Farrell se pasea por la pantalla con cara de tristón, mientras que la Knightley usa y abusa de sus mohines de niña mimada. Un tête à tête imposible de digerir y cuyo final, por otra parte, está más que cantado desde su primer encuentro.

Monahan, al margen del insostenible love story planteado, se esfuerza en dotar a la cinta de una intriga paralela, mucho más visceral y en parte cercana a viejos thrillers británicos de los años 60 y 70, muy a lo Asesino Implacable, aunque, claro está, salvando las distancias; de aquellos en los que el ambiente soterrado de las calles de los suburbios de Londres se convertían en el alma mater del producto. En este apartado se recrea, ante todo, en los enfrentamientos del personaje de Farrell con su pasado como maleante y en los constantes problemas que le acarrea el tener que controlar a una hermana, con tendencias ninfómanas, que está como una puta regadera. En este aspecto la historia funciona un poco mejor, pues se muestra hábil resolviendo con solvencia sus pasajes más violentos (que haberlos, haylos), aunque sin brindar nada nuevo al género.

Un film irregular, aburrido y previsible, con ciertos (mínimos) destellos de lucidez en su vertiente más salvaje, que se ve marcado inexorablemente por esa sensación de déjà vu que transmite al espectador, por la poca credibilidad que ofrece su historia de amor y por el cansino (y nada original) matiz redentor y moralista que asoma en su recta final. Un mención al margen es necesaria para el patético personaje al que da vida David Thewlis, el otro “chico para todo” al servicio de la angustiada Keira Knightley.

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