Al barcelonés Christian Molina ya no se lo cree nadie. Tras debutar con la nefasta Rojo Sangre, insistió a continuación con la innombrable Diario de una Ninfómana y, posteriormente, con Estación del Olvido, un melodrama acartonado que a duras penas tuvo repercusión. Pero el hombre es persistente y, no contento con sus tropiezos, vuelve al ataque castigando a las plateas con su cuarto título, De Mayor Quiero Ser Soldado, un presunto alegato rodado en inglés en contra de la proliferación de la violencia en el mundo de la televisión que cuenta, como principal gancho, con dos secundarios de (dudosa) fama internacional, Danny Glover (a la vejez viruelas) y Robert Englund, el tenebroso Freddy Krueger de la saga Pesadilla en Elm Street.
A pesar de querer endilgarnos la plana de que la historia planteada sucede en una de esas urbanizaciones yanquis tan típicas en la filmografía de Spielberg, la cinta está filmada íntegramente en L’Hospitalet (Barcelona). Un engaño de lo más simplón e innecesario, ya que todo cuanto acontece bien podría ocurrir en nuestro país.
La cinta nos acerca al universo de Álex, un niño de 8 años que, de ser el rey de la casa, pasa a ser un segundón al tener que acomodarse a la llegada de un par de mellizos. Los celos y su fascinación por las imágenes bélicas que desgrana el televisor y por la iconografía nazi con la decora su habitación, harán de él un personaje iracundo y peligroso que se saltará a la torera a sus propios padres y a las normas de la escuela en la que estudia. Antes del nacimiento de sus hermanos tenía a un santurrón y angelical astronauta como amigo invisible; con la venida de los pequeños, su nuevo amigo invisible pasa a ser un militar enfebrecido y fascistoide.
La idea, a priori, resulta interesante y bienintencionada. Lo peor es que Molina la lleva a la pantalla de la peor forma posible. En su propuesta, resulta demagogo y en exceso efectista: tal y como pretende denunciar, no sólo es la televisión la que marca el carácter del joven, pues la poca atención que recibe de sus padres aún es mucho más alarmante; detalle éste que no queda bien reflejado en pantalla. Además hay que tener en cuenta que, desde un inicio, antes del presumible cambio de carácter, ya presenta a Álex como un tarado en potencia: ni su guión ha sabido perfilarlo, ni se ha sabido dirigir con inteligencia a Fergus Riordan (el chaval que lo interpreta) a la hora de descifrar correctamente a su personaje. Y ello sin hablar de los nefastos registros de los actores que dan vida a sus padres (Ben Temple y Jo Kelly) y de las ridículas (por tendenciosas) apariciones de Robert Englund en la piel de un psicólogo escolar.
Un quiero y no puedo más de Christian Molina quien, en su producto más ambicioso hasta el momento (y espero que desista en su empeño), no ha conseguido en absoluto sus objetivos. Ni cuela al espectador el más mínimo sentimiento afectivo por el agresivo Álex, ni logra hacer creíble su precaria crítica a la constante lluvia de bestialidad surgida de la televisión.
En definitiva, un film tan plano, desatinado e insostenible como el grotesco speech de Danny Glover insertado en los títulos de crédito finales; un Danny Glover, por cierto, más perdido que un gusano en medio de una plaza de toros, al igual que le sucede a Valeria Marini en sus insustanciales apariciones. Apaga y vámonos. La moralina barata y sin fundamento ya cansa.
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