Sin Salida (el mediocre título español sustitutivo del original
Abduction) no es más que un film de puro entretenimiento dirigido claramente al público adolescente y, al mismo tiempo, un producto construido con todo el descaro para el lucimiento de su joven protagonista, el sosísimo
Taylor Lautner, el hombre lobo (o mejor dicho, lobezno) de la saga
Crepúsculo. Todo tiene su explicación: el productor de la cosa no es otro que
Dan Lautner, el padre de la criatura. Dirige el cotarro
John Singleton, ese californiano afroamericano que debutó con la prometedora
Los Chicos del Barrio y que, con el paso de los años, ha ido yendo a menos.

La película es una mezcla, en clave
teenager, de las andanzas del amnésico
Jason Bourne (incluso, en la película, se compara al actorcillo protagónico con el físico de
Matt Damon) y los vericuetos educacionales de la sorprendente
Hanna, esa niña, émula de
Nikita, que desde su más tierna infancia fue aleccionada para salvar con solvencia todo tipo de obstáculos. De la serie sobre
Jason Bourne extrae su sentido del ritmo y sus brillantes escenas de acción, mientras que de
Hanna roba parte de su argumento, aunque eliminando cualquier atisbo de morbo o de violencia excesiva. Vaya, que tratándose de una cinta para quinceañeros entusiastas del cine de acción y ante todo del impúber del
Lautner, hay que reciclarlo todo por el tamiz de la corrección política y la simplicidad argumental. Tanto es así que, en la única escena mínimamente tórrida entre el mozalbete y
Lily Collins -su
partenaire femenina e hija del cantante
Phil Collins-,
Singleton decide cortar por lo sano los arrumacos de la pareja (o sea, cuatro morreos y unos pocos sobeteos inocentes) para que no lleguen a mayores.


Aburrir, lo que se dice aburrir, no aburre. La mínima (minimísima) historia que propone, la de la huida del gazmoño del
Taylor en compañía de su vecinita tras ver morir a sus (teóricos) padres en manos de una misteriosa organización, no hay por donde pillarla. Progenitores de adopción, organismos serbios sin escrúpulos, psicoanalistas reciclados en miembros de la CIA y agentes gubernamentales corruptos, se mezclan en una intriga delirante con muy poca lógica. Suerte que, en medio del caos organizado por su guionista (
Shawn Christensen), allí está el pobre de
John Singleton para arreglar el entuerto con sus correctas escenas de acción. De trama tiene poca (y altamente ridícula), pero de acción tiene un mucho.
Lo que aprieta el hambre (o la falta de buenos papeles) que hasta gente como
Maria Bello,
Alfred Molina o la reputada
Sigourney Weaver, se ven metidos en un producto tan vacuo (aunque entretenido, repito) como éste.
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