El londinense Joe Wright deja a un lado sus melodramas habituales (Orgullo y Prejuicio, Expiación y la insoportable El Solista) para embarcarse en un thriller extraño, de narrativa rompedora y dotado de una gran fuerza visual. Hanna, su título, es la historia de una joven de 16 años que, educada por su padre desde su más tierna infancia para sobrevivir, se convierte en una asesina de élite que deberá afrontar ciertas deudas que su progenitor obtuvo en el pasado cuando éste era un poco escrupuloso agente de la CIA.
Marruecos, Finlandia o la ciudad de Berlín son sólo algunos de los escenarios por los que desfilará esta nueva Nikita; escenarios que han sido retratados desde una óptica totalmente distinta a la que el cine nos tiene acostumbrados, buscando siempre los rincones más desolados o estrambóticos. En este aspecto, la escenografía y el ambiente utilizados para cada lugar le funcionan a la perfección, excepto en la (muy ridícula y falsa) plasmación de la estancia de la protagonista en el sur de España, en donde los tópicos se acumulan uno detrás del otro, empezando por el toro de Osborne (que recibe a Hanna al entrar en el país desde un inmenso cartel de carretera) y terminando con el uso excesivamente turístico que hace del flamenco y de la raza gitana.
El excelente trabajo de Saoirse Ronan transmutándose en la fría Hanna del título, la presencia de una perversa Cate Blanchet metida en la piel de una cínica mujer empeñada en terminar con la vida de la protagonista o el amaneramiento con el que Tom Hollander construye a su sádico sicario, demuestran la correcta elección de un casting que, con Eric Bana incluido, se amolda perfectamente a las iconoclastas intenciones del producto.
El mínimo toque fantástico con el que Wright afronta su realización y la peculiar banda sonora compuesta por The Chemical Brothers, sumados a sus desmedidas elipsis narrativas y a la mínima continuidad lineal con la que avanza su crónica, le dan un toque especial y único a un film diferente, acelerado y que no le hace ascos a la violencia más visceral. La huida de Hanna de una base secreta de la CIA situada en el subsuelo del desierto marroquí o el tiroteo mortal en un solitario parque infantil berlinés, son dos de las muchas escenas de acción de Hanna que dignifican el género.
Un tebeo pasado de rosca que, al mismo tiempo, supone un ejercicio extra para el espectador a la hora de desvelar algunos de los entresijos que se esconden en su atípica y nada formal exposición. Para bien o para mal, difícilmente nadie se va a quedar indiferente ante la propuesta de Joe Wright. Lástima del folclórico tratamiento del paseo por España.
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