30.7.11

Con viento fresco, Potter

Por fin le han dado carpetazo a Harry Potter, una de las sagas (literarias) y cinematográficas más plomizas que me haya tirado en cara. Es innegable que, al menos en cine, los primeros episodios tenían su encanto; eran más o menos simpáticos y graciosos. Pero, a medida que la serie avanzaba, los episodios iban resultando cada vez más vacíos y aburridos De nada servía sobrecargar cada nueva entrega de montones de personajes para intentar anular esa citada sensación de vacuidad. Al contrario, aparte de seguir aburriendo, tanto nombre y situaciones dispersas también agobiaban al espectador que, forzando su memoria, se hacía la picha un lío intentando recordar la ubicación de cada uno de los múltiples personajes (en general, meros figurantes) que iban apareciendo y saltando de capítulo en capítulo.

Diez años, 8 episodios, conviviendo a regañadientes con el niño Potter y arrastrando tramas y subtramas innecesarias que sólo suministraban somnolencia en las plateas. Que si Dumbledore, que si Bellatrix, que si Luna Lovegood, Mortífagos, Umbridge, Ojoloco Moody, Delacour, Voldemort… y así, nombre tras nombre, hasta tropecientos. ¡Que si patatín, que si patatán! Mucha magia pero poca concisión. Cada nueva entrega era un suplicio para otorgarle a cada uno de esos patronímicos una cara y una función específica. Y mientras, el Potter de las narices, iba creciendo y convirtiéndose en un teenager propenso a la depresión.

Para hacerlo aún más difícil e inaguantable, durante el pasado noviembre se estrenaba uno de los episodios más superficiales de la saga, Harry Potter y las Reliquias de la Muerte (1ª parte). Era el prometido capítulo final. Pero como sus responsables querían seguir viviendo del momio, urdieron una miserable estratagema para alargar su final dividiendo la entrega definitiva en dos partes. Una manera descarada de obligar a los sufridos seguidores a pasar dos veces por taquilla en lugar de una. Y es que, en realidad, este era un mero título de trámite en el que no sucedía casi nada, aparte de una entretenida aventura en el interior del Ministerio de la Magia y de la presentación de los Horrocruxes (objetos indispensables que deben destruirse para acabar con el poder del oscuro Voldemort). Dos interminables horas y media de proyección en las que, prácticamente, sólo asistíamos a largas caminatas de Harry Potter y sus inseparables Ron y Hermione a través de bosques encantados. Una pura trampa para obligar a cotizar el doble.


De hecho, el episodio definitivo, el recién estrenado Harry Potter y las Reliquias de la Muerte (2ª parte), es el de más corto metraje de toda la serie. Un par de horitas justas para el “esperado” enfrentamiento final entre Potter y Valdemort que bien se podría haber resuelto en un único episodio. Todo era cuestión de robarle la mínima chicha imprescindible de la entrega anterior (no más de media horita) y añadirla a este capítulo. Pero la taquilla y las carteras de los productores son las que mandan. El espectador que apoquine y trague, que para eso está.

Al menos, y eso es indiscutible, la entrega definitiva se la han planteado con un poco más de ritmo que las anteriores. No aburre, y eso tiene su mérito. Ruedan cabezas, tanto de buenos como de malos y, de pasada, se destruye buena parte del castillo de Hogwarts. La batalla campal final tiene su encanto. Tras la lucha (y eso es spoiler, a joderse tocan), el resurrecto Potter por fin se ha convertido en el nuevo Mesías del mundo de los magos.

Gracias a Tutatis, acabose. Nunca más tendré que soportar a Harry Potter ni a sus varitas mágicas… a no ser que algún espabilado se saque de la manga una nueva saga protagonizada por el hijo del Mesías, Harry Potter Jr.

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