Un Papa ha muerto. El Vaticano y sus fieles están consternados. El cónclave ha sido convocado. Tras varias votaciones frustradas en busca de un sucesor, al final se llega a la Fumata Blanca. El nuevo Pontífice ha sido elegido entre los cardenales presentes. Todo parece ir sobre ruedas, pero al tener que salir al balcón para dirigir unas palabras a la multitud allí congregada, al hombre le entra el pánico escénico y decide retirarse acongojado a sus aposentos. Ante la imposibilidad de hacer reaccionar al recién nombrado Pastor Supremo de la Iglesia Católica, se llama a las filas del Vaticano al mejor psicoanalista romano del momento, ateo para más señas, para someterlo a una terapia exprés.
De este modo tan peculiar se inicia Habemus Papa, la nueva cinta de Nanni Moretti quien, para la ocasión, carga con el papel del psicoanalista, cediéndole todo el protagonismo a un deslumbrante Michel Piccoli el cual, a sus 85 años de edad, demuestra estar totalmente en forma. La verdad es que el rol de Papa apesadumbrado es un caramelito para un actor de avanzada edad como él. Con su brillante interpretación logra hacer creíble el temor de su personaje a cargar con el peso de convertirse en la cabeza visible de un tinglado tan gigantesco como el del Vaticano.
Habemus Papa no se trata de una comedia desmadrada, ni siquiera de una crítica destructiva sobre la Institución ni sobre la religión. Es simplemente una sátira sobre un estamento que se ha creído intocable durante muchos (demasiados) años. Incluso aseguraría que, en su propuesta, humaniza a esa caterva de cardenales que forman parte del cónclave, valiéndose para ello del elemento distorsionador que supone la figura del doctor encarnado por Moretti.
Su sentido del humor navega entre la sutilidad y el surrealismo; ese mismo surrealismo del que hacía gala el cine de Fellini, tal y como sucede con el torneo de voleibol que organiza el terapeuta entre todos los cardenales con el fin de hacer más llevadera la espera hasta que se resuelva la situación depresiva del nuevo Pontífice.
Un trabajo diferente, tanto por su originalidad como por su tratamiento; un tratamiento cercano al de una fábula en la que, aprovechando la frustrada vocación de actor del recién elegido Papa, llega a comparar la estructura del Vaticano con la del mundo del teatro. Y es que, en el fondo, tanto actores como sacerdotes viven inmersos en una farsa constante.
De este modo tan peculiar se inicia Habemus Papa, la nueva cinta de Nanni Moretti quien, para la ocasión, carga con el papel del psicoanalista, cediéndole todo el protagonismo a un deslumbrante Michel Piccoli el cual, a sus 85 años de edad, demuestra estar totalmente en forma. La verdad es que el rol de Papa apesadumbrado es un caramelito para un actor de avanzada edad como él. Con su brillante interpretación logra hacer creíble el temor de su personaje a cargar con el peso de convertirse en la cabeza visible de un tinglado tan gigantesco como el del Vaticano.
Habemus Papa no se trata de una comedia desmadrada, ni siquiera de una crítica destructiva sobre la Institución ni sobre la religión. Es simplemente una sátira sobre un estamento que se ha creído intocable durante muchos (demasiados) años. Incluso aseguraría que, en su propuesta, humaniza a esa caterva de cardenales que forman parte del cónclave, valiéndose para ello del elemento distorsionador que supone la figura del doctor encarnado por Moretti.
Su sentido del humor navega entre la sutilidad y el surrealismo; ese mismo surrealismo del que hacía gala el cine de Fellini, tal y como sucede con el torneo de voleibol que organiza el terapeuta entre todos los cardenales con el fin de hacer más llevadera la espera hasta que se resuelva la situación depresiva del nuevo Pontífice.
Un trabajo diferente, tanto por su originalidad como por su tratamiento; un tratamiento cercano al de una fábula en la que, aprovechando la frustrada vocación de actor del recién elegido Papa, llega a comparar la estructura del Vaticano con la del mundo del teatro. Y es que, en el fondo, tanto actores como sacerdotes viven inmersos en una farsa constante.
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