Aparte de las películas que optaban al Méliès de Plata, también tuve la posibilidad de ver otros títulos, tal y como ya avancé en el primer post sobre Sitges 09 y en el que citaba las excelencias de la surcoreana Thirst o la decepción que significó para mí la nueva entrega de [Rec].
Sin más dilación, vamos a por las otras:
La norteamericana Grace, muy a su manera, no deja de ser una copia descarada (y sin garra) de la francesa A l’Interieur. En ella, tras dar a luz después de un fatal accidente, una mujer tendrá que enfrentarse a la crianza de su bebito recién nacido: una criaturita a la que le encanta zamparse biberones de sangre. A pesar de su prometedora base argumental (con madre sufridora incluida, para seguir la tónica del festival de este año), la cinta es de lo más vacío que uno pueda echarse en cara. Lenta, aburrida y con poquísimas sorpresas. Desesperante: Sundance se cuela hasta en el fantástico ¡Con lo maja que hubiera quedado una historia así en manos de alguien como Larry Cohen!
La Huérfana, cinta norteamericana del catalán Jaume Collet-Serra, supone un trabajo correcto (y muy formal) capaz de recoger, sin estridencias, muchos de los tópicos del género para construir una historia efectiva y, a pesar de su inesperado giro final (bastante acomodaticio, por cierto), con muy pocas sorpresas en su desarrollo. Uno de sus principales valores es que cuenta con dos horas largas de metraje y no aburre en absoluto. De nuevo, otra madre sufridora en el certamen (excelente Vera Farmiga) aunque, en este caso, padeciendo las terribles consecuencias de haber adoptado a una huerfanita de armas tomar.
De la mano de Joe Dante, llega un film rodado en 3D: Miedos 3D (The Hole). Dante, el padre de criaturejas como los Gremlins, ya no es el de antes y, aunque se empeñe en volver a relanzar el estilo de cine fantástico y juvenil que potenció en los 80, se queda corto en su nueva película. En ella, tres adolescentes se muestran intrigadísimos ante el agujero negro que descubren en el sótano de su nueva casa y deciden ir más allá de sus conjeturas. La historia no da para mucho: cuatro efectos pensados directamente para el 3D y un par de pasajes con cierta trempera. En general, se trata de una película aburrida y con muy poca chicha.
Werner Herzog se atreve con el Bad Lieutenant de Ferrara y con el histrionismo (en esta ocasión ideal) de Nicolas Cage para organizar uno de los títulos que este año más me han captado la atención: Bad Lieutenant, Port of Call New Orleáns. Y es que el hombre, aprovechando solamente la figura del policía corrupto que a principios de los 90 interpretara Harvey Keitel, urde un festival de locuras en donde las drogas, las alucinaciones y las malas intenciones se convierten en los principales ingredientes de un menú en el que se ha anulado, por completo, las ásperas connotaciones religiosas (totalmente cargantes) de la cinta original. A Cage, como poli maloso y colgado, le va de narices su habitual sobreactuación, mientras que el New Orleans post-Katrina se convierte en el escenario perfecto para un extraño y enfermizo producto que navega entre la comedia más cínica y el thriller más radical. Y además sale la Eva Mendes, que siempre es de agradecer.
Un Vincenzo Natali totalmente alejado de las coordenadas de Cube presentó Splice, una cinta que se mete de lleno, bajo un prisma de lo más comercial, en el mundo de la experimentación genética. Un matrimonio de científicos conforma la pareja de mad doctors protagonistas (un correcto Adrien Brody y una afectadísima Sarah Polley). Ella, siguiendo la tónica temática del festival, va de mamita sufridora; él, por el contrario, no tiene nada claro lo que han hecho dando vida a su hija: un monstruito nacido de un cruce de varias especies, incluida la humana. Lo curioso es que el animalejo tiene un fuerte potencial erótico. Distraída y con muy buenos efectos especiales. La previsibilidad es su peor enemigo.
Una tensa y compacta escena inicial es lo mejor de The Hurt Locker, la nueva incursión cinematográfica de Kathryn Bigelow. Después, la cinta es más de lo mismo: la guerra de Irak de nuevo en la pantalla grande. En este caso, los protagonistas son los componentes de una brigada de marines especializados en desactivar explosivos. Filmado cámara en mano (lo del cinema verité ya empieza a atufar) y narrado de manera casi episódica, con una mínima continuidad argumental, el film se alarga hasta extremos increíbles (más de 130 minutos de metraje. Lo mejor: su modélico manejo del suspense en un par de escenas clave. Lo peor: el mensajito patriotero y fascistoide que suelta durante el spring final.
9, la cinta de animación dirigida por Shane Acker y producida, entre otros, por Tim Burton, significó, para mí, una de las mayores decepciones del festival. Perfectamente animada y haciendo gala de una técnica perfecta, el largometraje incide en mostrar un mundo post-apocalíptico, un tema extremadamente recurrido entre los cineastas actuales. Aquí, sin embargo, los protagonistas, en lugar de humanos, son muñecos de trapo que tendrán que luchar contra un ejército de máquinas robóticas construidas con finalidades destructivas. Hasta aquí, todo bien. Pero la cinta no va más allá de un espectáculo de acción al uso, pues su guión es mínimo y reiterativo. Hacía tiempo que no me aburría tanto con una película de animación.
Zombieland es una locura entretenida, sin más, en la que un grupo reducido de cuatro personas, un adulto y tres jovencitos, en medio de una invasión zombi, cruzan los Estados Unidos en busca de un lugar apacible en el que reiniciar sus vidas. La cinta tiene ritmo, gags brutotes y un lujoso cameo, en su parte central, de siglas BM. La lástima es que su realizador, Ruben Fleischer, no haya sabido sacarle un mejor partido a su desangelado clímax final en un parque de atracciones y se haya decantado, inexplicablemente, por un edulcorado canto a la unidad familiar.
Sitges cerró esta edición con The Road, otro film apocalíptico que, basándose en la prestigiosa novela de Cormac McMarthy, narra la odisea de un padre y un hijo que, al igual que los protagonistas de Zombieland, huyen del hambre en búsqueda de paisajes menos destruidos y más seguros. Lluvia ácida y hambre, mucha hambre. Viggo Mortensen y su pequeño compañero de penurias, están que se salen. La película, en general, aburre, no se acaba nunca y opta por un final de lo más descafeinado y nada lógico. A John Hillcoat le ha salido un producto de factura correcta y buenas intenciones, pero poca cosa más.
En otro post, y ya para terminar, las anécdotas del festival.
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