Empecemos el memorando con el Méliès de Oro, un premio que se otorgó durante una gala especial en el Auditorio del Hotel Meliá el pasado 5 de octubre y cuyo principal galardón recayó sobre la película francesa Martyrs de Pascal Laugier. Este es un título al que odio sobremanera por su innecesaria recreación por el mal gusto. Sin escatimar en detalles insanos, tiene a la tortura, en todas sus vertientes, como principal protagonismo. Una mínima excusa intelectual sirve de inconsistente tapadera para que su realizador organice una desenfrenada orgía de violencia y sangre destinada, tan sólo, a provocar al espectador y que, como plato fuerte de la función, regala a la platea el despellejamiento íntegro de una joven. La incitación es su única meta. A pesar de sus pretensiones, no hay que buscar en Martyrs cualquier otra coartada cultural.
Les puedo asegurar que, ante los otros dos miembros del jurado, intenté evitar el premio a un film de coordenadas tan básicas como las de éste pero, a excepción de la española Tres Días y la británica Moon, las otras opciones restantes no me dejaban mucha libertad de movimiento. Teniendo en cuenta que ninguno de los nueve títulos resultaba de mi total agrado y que Tim League y Antje Monning se alzaron como defensores a ultranza del film de Laugier desechando cualquier otra alternativa, cedí a sus deseos y acabé conformándome (a regañadientes) con su preferida. Un acto demócrata al cien por cien que, en un futuro, me dejaría jugar con ventaja a la hora de pactar el Méliès de Plata al final del certamen.
El Oro al mejor cortometraje fue, en decisión unánime, para el noruego Cold and Dry, una divertida fábula sobre un par de científicos que se dedican a liofilizar a buena parte de la Humanidad. Ni que decir tiene que, en este apartado, la decisión fue mucho más complicada debido a la alta calidad de la mayor parte de cortos en competición,
LOS OTROS LARGOS NOMINADOS AL ORO:
Tres Días, del cordobés F. Javier Gutiérrez, es otro título más de entre los que últimamente se apuntan a echarle un vistazo a lo que será el último día del planeta. Sin ser nada del otro mundo, y sobrándole un mucho su parte fantástica (un tanto metida a saco), la cinta se muestra inquietante en su aspecto de thriller rural y en la dosificación del suspense. La buena interpretación de su cuadro artístico (de entre los que cabe destacar la sobriedad de Víctor Clavijo y la enigmática presencia de un sobresaliente Eduard Fernández) ayuda a salvar en parte la gran cantidad de lagunas narrativas que abriga su historia.
Moon, la película más premiada de la Sección Oficial a concurso este año, también podría haber conseguido el Méliès de Oro, pero el desinterés que mostraron por ella los dos otros dos miembros del jurado y lo poco que me convenció su visionado, hicieron que no se alzara con el premio al Fantástico Europeo. Sin lugar a dudas, lo mejor del título de Duncan Jones (hijo de David Bowie) radica en su falta de pretensiones, su pasión por la ciencia-ficción de los 70 y la apuesta por el maquetismo, en sustitución de los efectos digitales, como diseño de producción. Sam Rockwell está que se sale en su impresionante construcción de un astronauta que lleva, en una estación minera lunar, más de tres años conviviendo al lado de un robot al que pone su voz el mismísimo Kevin Spacey. Su inicio es más que prometedor, pero su lentísimo tiempo narrativo y su reiterativa temática (en la que la clonación tiene un protagonismo determinante) lastran la fuerza de un trabajo cargado de buenas intenciones.
La finlandesa Sauna, de un tal Annti-Jussi Annila, resulta de una pedantería sin parangón. Ambientada en 1595, justo terminada la guerra entre Suecia y Rusia, tiene, como tema central, a los sentimientos de culpabilidad y la purgación de los pecados. Todo en plan muy esotérico y revestido con diálogos extremadamente rimbombantes. Aburrida y sin sentido. Es como si Bergman, tras El Séptimo Sello, hubiera resucitado y regresado de nuevo al cine fantástico con la intención de azotar al personal. Para tumbar al más pintado. Un tostón de padre y muy señor mío protagonizado por dos hermanos cartógrafos con personalidades antagónicas.
La inglesa Mum & Dad, dirigida por Steven Shell, es una nueva vuelta de tuerca sobre el arte de la tortura muy en la línea de Martyrs, pero con un look de subproducto televisivo ciertamente sospechoso. Una mínima (por no decir inexistente) línea argumental arropa las perversiones de un matrimonio dedicado a secuestrar jovencitos y jugar al límite con sus cuerpos. La provocación está servida de nuevo aunque, en esta ocasión, sin un mínimo de calidad cinematográfica. En resumidas cuentas: caca de la vaca.
Il Senso Della Farfalla (también conocida como Butterfly Zone) fue la patética aportación del italiano Luciano Caponni al submundo de los Méliès de Plata destinados a alcanzar un posible Méliès de Oro. Una cinta pretenciosa y de un surrealismo de lo más forzado en la que un portal invisible da paso a los mortales al mundo de los muertos. Uno de los títulos más insoportables de los nueve nominados que, por sus constantes animaladas, consiguió que, a pesar de mi condición de jurado, abandonase su visionado a la hora de proyección. Ni historia, ni interpretaciones, ni nada de nada. El vacío total. Caca de la vaca 2.
La alemana Absurdistan, de un tal Veit Helmer, posee un inicio de lo más divertido y surrealista. Cercana, visualmente hablando, al onírico mundo ideado por Fellini, la película se pierde tras sus prometedores y brillantes quince primeros minutos y, de un salto, pasa del universo felliniano al cine setentero de Mariano Ozores, orquestando el típico y tópico producto en el que la guerra de sexos y sus consecuentes y manidos chistes se convierten en su único hilo argumental. La excusa es el retrato coral de los habitantes de un pequeño pueblo, que ni siquiera figura en los mapas, marcado por la falta total de agua. La magia que pretende volcar en muchas de sus escenas acaba resultando de lo más ridículo y cursi.
Panique Au Village es una cinta de animación orquestada por los belgas Stéphane Aubert y Vincent Patar que no pasa de la sorpresa inicial que supone ver como las viejas figuritas de plástico, con las que jugábamos en nuestra infancia, cobran vida propia. Así, un indio, un cowboy y un caballo, comparten cama y mesa en una pequeña casita de campo. La fantasía y la locura vertida en su acelerada presentación son dignas de la mente de un niño en sus devanos solitarios. La lástima es que pronto se desvanece el impacto humorístico para dar paso a una serie de escenas reiterativas y sin ninguna coherencia aparente. La base del film estriba en una serie televisiva del 2000 en la que los tres protagonistas vivían pequeñas aventuras de seis minutos por episodio. El intentar alargarlas de modo estrepitoso, lo único que consigue es romper su frescor original y aburrir al personal de manera soberana.
Con Left Bank (Linkeroever), la cinta belga hablada en alemán y dirigida por Pieter Van Hees, llegamos al final de las nueve nominadas. De factura visual y realización impecables, este es un título que se pierde por la inconsistencia de su guión y por ostentar uno de los finales más insultantes e ilógicos que me he tirado en cara en mucho tiempo. Un pozo negro en el sótano de un edificio y las vivencias de una atleta enfermiza que suelta toner por la vagina, son las dos claves principales para entender el sentido de la vida que nos propone Van Hees. Francamente, de juzgado de guardia.
Sólo resta decir que todas las cintas fueron visionadas en mi domicilio, antes del Festival, gracias a los DVD proporcionados por la organización, ya que la deliberación debía estar cerrada al tercer día de iniciado el Certamen. Lo del Méliès de Plata ya es otra historia que les iré contando en post sucesivos.
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