Stuck, el nuevo título de Stuart Gordon, es un trabajo pequeño pero compacto. Inspirado en un hecho real, narra el caso de un hombre que, tras ser atropellado por un automóvil, queda inconsciente y empotrado en el parabrisas frontal de éste durante varios días, ya que su conductora, bastante colocada, decide no acudir a las autoridades y esconder el coche siniestrado, con su víctima adosada, en el parking de casa. Un film tenso y macabro, contado con una sorprendente dosis de humor negro y tras el que se esconde, al mismo tiempo, una dura crítica social y política. Un magnífico Stephen Rea, magullado y hecho trizas, y una sorprendente Mena Suvari, son dos de sus puntales interpretativos más destacados.
Ayer fue un día, cinematográficamente hablando, muy apretado. Al mediodía, antes de zamparme un bocadillo de jamón y de hacer otra siesta, cayó uno de los platos fuertes y esperados del Festival. Se trataba de Mr. Brooks, un intento (a mi gusto fallido) de devolver el estrellato perdido a Kevin Costner y a Demi Moore. En él, el actor y director de Bailando Con Lobos, rompe con sus papeles habituales para encarnar a Earl Brooks, un multimillonario hombre de negocios que, en sus horas libres y con cierta nocturnidad, ejerce de serial-killer; mientras que ella, da vida a la policía, un tanto gafe, que va tras sus pasos. La película empieza bien y promete pero, a medida que va tomando cuerpo, se desmelena y apunta hacia derroteros poco creíbles. Y es que su director, no contento con centrarse únicamente en el aspecto policial, cambia de rumbo y decide tocar demasiados temas de una sola tacada. Como dato curioso, vale la pena citar los excelentes trabajos de Costner y Moore, mientras que el siempre convincente William Hurt, el tercero en discordia y alter ego (a lo Jekyll y Hyde) del personaje de Brooks, apuesta por sobreactuar de lo lindo.
Descansado y fresquito, a última hora de la tarde, disfruté con una divertida sátira, muy gamberra y al margen del gran Hollywood, en la que se pone en solfa el puritanismo actual de cierto sector de la sociedad norteamericana actual. Teeth es su título y Mitchell Lichstenstein su director. Una joven mojigata, que parece salida directamente del famoso vídeo-clip de la MTV Amo a Laura, proclama a los cuatro vientos que quiere llegar virgen al matrimonio, pero nadie sabe que, con su proclama, intenta proteger un secreto de su anatomía. Y es que su vagina, en lugar de ser tratada por un ginecólogo, tendría que ser revisada por un odontólogo. Escatológica, hiriente y muy poco sutil, desató múltiples comentarios jocosos entre los asistentes al pase.
Tras Teeth llegó el momento de la cena entre amigos. Ante una mesa redonda, mi mujer y un servidor nos encontramos de nuevo con Carlos Pumares, los amigos del Fecinema, mi cuñado absence y un pequeño diablillo asturiano con rasgos físicos a lo Ernest Borgnine. Raviolís a la nosequé, un par de langostinos, una cata de paella (no muy buena, por cierto) y un plato de frutas en almíbar, fueron mi elección de entre los alimentos del buffet libre del hotel. La lluvia y el viento huracanado nos obligaron a no salir de nuestro voluntario encierro. Una pena. Aún hoy me repite el arroz.
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