18.10.07

Ustedes lo han querido: TÉ Y SIMPATÍA

Tom Lee es un joven norteamericano de 17 años que cursa sus estudios, como interno, en una escuela privada de alta alcurnia. Corren los años cuarenta y sus posturas amaneradas, su afición a las costuritas y su carácter solitario y esquivo, hacen que sus compañeros de clase le bauticen como la damisela. El pimpollo sólo encontrará la paz y el sosiego al lado de su casera, Laura Reynolds, una mujer mayor que él y esposa del maestro de educación física del centro, un hombre que no ve con buenos ojos la feminidad aparente de Tom y que se decanta por la masculinidad de sus otros alumnos.

Éste es el punto de partida de Té y Simpatía, el film que Vincente Minnelli adaptó para la pantalla grande partiendo de la obra teatral de Robert Anderson. Teniendo en cuenta que su estreno fue en 1956, hay que decir que, a pesar de sus errores, se trata de una película valiente y atípica en esa época. El tema de la homosexualidad, por aquel entonces, no se trataba en el cine con la asiduidad de ahora y, cuando lo hacía, era de una manera bastante velada que obligaba al espectador a leer entre líneas. En este aspecto, Minnelli se acercó, de modo mucho más claro, a una materia que parecía el gran tabú insalvable de la industria cinematográfica.

La presentación de personajes y la forma de ir desgranando, poco a poco, la relación entre la señora Reynolds y Tom, es lo mejor, sin lugar a dudas, de un producto que, a pesar de sus buenas intenciones, acaba cayendo en el mayor de los tópicos. Y ello le ocurre a medida que va acercándose a su resolución final y en la que, tanto Minnelli como su guionista (el propio Robert Anderson), optaron por dar un gigantesco paso de cobarde hacia atrás respecto a su prometedora exposición inicial. Posiblemente (y ello es un suponer personal), las presiones de la censura y de la propia productora, la Metro Goldwyn Mayer, les obligaran a ceder a través de un the end más acomodaticio y al uso para todos los públicos y la moral imperante.


Sea como fuere, todo el esfuerzo interpretativo de Deborah Kerr y del incipiente John Kerr han quedado para siempre grabados en el celuloide. Lástima, de todos modos, que en los últimos minutos (justo cuando su guión empieza a desvariar), ambos actores se dejan llevar por una teatralidad excesiva que, hasta ese momento, no habían mostrado.

Ella, la gran Deborah, es Laura, esa mujer frustrada en su matrimonio que cree encontrar, en el retraído muchacho, ese vacío incapaz de llenar en su vida por su marido. Él es Tom, ese chico que, cuestionado por compañeros y profesores, busca en su atenta casera una figura maternal bajo la que cobijarse. Mientras, Minnelli, tras la cámara, parece estar en pleno debate mental. Viendo hoy en día Té y Simpatía, da la impresión que el cineasta no supiera si decantarse por volcar todo su afán colorista en la escenografía o, por el contrario, ayudar a abrir la puerta del armario a su protagonista. Al final, (y a pesar de sus colores chillones) ni fotografió el film como a él le hubiera gustado, ni siquiera llegó a entornarle la puerta al desvalido mozalbete, con lo cual, la propuesta, aparte de poco seria, acaba por convertirse en uno más de tantos melodramas del montón en los que la cursilería campaba a sus anchas.

Un producto fallido y con una resolución final confusa y no muy bien narrada. Resulta difícil (por no decir imposible) comprender los motivos que inducen al personaje de Deborah Kerr a actuar de una manera concreta, al igual que ocurre con las decisiones emprendidas por el inseguro Tom. Y ello sin tener en cuenta lo básico y caricaturesco del retrato que hace del resto de indivíduos envueltos en la trama, tal y como ocurre con el padre machista del alumno cuestionado, el profesor de educación física y marido de Laura (todo un gladiador que recita proezas sobre sus machotes y hercúleos discípulos) o el grupo musculado de estudiantes burlescos… Bien pensado, es muy posible que don Vincente estuviera indicando al espectador que, todos ellos y del primero al último, aún estaban por liberar del interior del armario.

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