En varias ocasiones, algunos cineastas han recurrido a la obra de Jane Austen para plasmar en imágenes los pensamientos de la autora. Sentido y Sensibilidad u Orgullo y Prejuicio, por ejemplo, son dos de las películas basadas en sus novelas. La literatura de la escritora, a través de un estilo irónico y muy detallista, solía retratar el mundo romántico de mujeres jóvenes e idealistas. Ahora, tras esa cosita que llevaba por título Kynky Boots (Pisando Fuerte), el director Julian Jarrod ha recurrido a la juventud de la literata para contar una historia de amor muy en la línea de las que se narraban en sus propios trabajos. La Joven Jane Austen es su título español, película que, al mismo tiempo, resalta el apasionamiento perfeccionista de ésta por la escritura.
La cinta recurre al único romance que se le conoce a Jane Austen, una mujer que murió soltera, en 1817, a la temprana edad de 42 años. Y ello lo hace a través de una ficción que fantasea con el pasional acercamiento entre ella y Tom Lefroy, un joven abogado, de dudable extracción social, que pasó una temporada en casa de unos familiares residentes en Southampton, la misma localidad en la que vivía la familia Austen.
Lo mejor del film se encuentra en su tratamiento ya que, para desarrollar su argumento, criba todo el proceso narrativo por el mismo filtro sentimental e ideológico con el que la propia Jane Austen describía el entorno y los sucesos que vivían las protagonistas femeninas de sus libros. Por otra parte, la imagen y el estilo emparientan, directamente, con el academicismo formal del más puro James Ivory de los 80 y, ante todo, con ese citado Sentido y Sensibilidad que puso en imágenes Ang Lee hace más de una década.
La detallista descripción que hace de la decadencia de la burguesía rural de la Irlanda del siglo XVIII, y los falsos convencionalismo sociales existentes por aquel entonces, son dos de los puntos fundamentales para entender el posicionamiento crítico de una mujer que, ya en su adolescencia, inició una particular lucha en contra de la sociedad establecida. Su estatus como hija menor del reverendo de una pequeña aldea en la campiña, no le impidió –ni a ella ni a sus hermanos- intentar romper con ciertas normas de arcaico contenido. O, al menos, eso es lo que muestra la película de manera modélica.
Una envejecidísima Maggie Smith, dando vida a una venenosa aristócrata empecinada en casar a su sobrino al precio que sea, o un soberbio James Cromwell, en el rol del conciliador padre de Jane, son tan sólo dos de los numerosos y espléndidos actores que secundan, de modo brillante, la controlada interpretación de una guapísima Anne Hathaway, modelando a la perfección el tierno y vibrante personaje de la escritora y otorgándole, incluso, un muy sensible, sutil y femenino sentido del humor a su carácter. A todo ello hay que añadirle la excelente química que se establece en pantalla entre la actriz y James McAvoy, este último en el papel de Tom Lefroy. La resolución de la escena del baile, en la que ambos contactan sentimentalmente por vez primera, supone un aplaudible dechado de sabiduría cinéfila.
La Joven Jane Austin ha significado una agradable sorpresa para mí. Su capacidad descriptiva, su buen pulso narrativo y la refinada delicadeza de su exposición, hacen de éste un film que nada tiene que envidiar a otros de similares características. Un trabajo que, a pesar de su innegable emotividad, se muestra digno y honrado al no recurrir a trampas de ningún tipo a la hora de robarle alguna que otra lagrimilla al espectador.
Por cierto, y al margen de la pelícila, he leído por ahí que Anne Hathaway suele mostrarse adusta y antipática en sus relaciones con la prensa. Si alguien me da la oportunidad, me ofrezco para domesticarla y limarle asperezas. Y que conste que lo digo de todo corazón.
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