Hasta mañana no tengo alojamiento en Sitges, razón por la cual no he podido seguir la actualidad cinematográfica de hoy. De todos modos, la ansiedad que me caracteriza, hace que esté tan nervioso y alterado como un niño con zapatos nuevos. Por primera vez en mi larga trayectoria como reportero avezado, y en la historia del Festival, he sido invitado al Hotel Melià-Sitges, la sede oficial del certamen. Sólo de domingo a jueves. Suficiente para dormir de gañote y disfrutar del desayuno matutino al que tengo derecho. Espero que sea buffet libre, pues la comida y la cena corren de mi cuenta. Y es que estos días tengo un hambre inexplicable.
El gran problema de estar ubicado entre la jet set es que me veré obligado a peinarme y ducharme a diario, así como a lucir un vestuario en consonancia con el lugar (cosa que veo casi imposible de cumplir). En estos momentos, mi santa me está limpiando los zapatos, al tiempo que se queja de la glotonería que estoy demostrando ultimamente. Ayer me aseguró que, tras pasar un día fuera de casa, me encontraba más gordo. Manías.
Para comer me ha endosado una verdurita (acelgas y patatas hervidas). Suerte que yo he pillado un entrecot y me lo he zampado a escondidas, aprovechando que ella estaba haciendo la siesta.
Por la noche (o sea, hace escasos minutos), sólo me ha dejado comer una ciruela y, acto seguido, me ha comunicado la mala noticia: “Estos días te acompañaré a Sitges sólo para controlar tu desmesura con la comida”. Joder…
Esta noche de madrugada, en venganza por su decisión y cuando esté dormida, me levantaré a hurtadillas y me prepararé un bocadillo de pan Bimbo con tomate y un poco de lacón. ¡Vaya uno soy yo…!
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