19.10.07

Buenos días, tristeza

Me lo dijo ayer don Calígula, desde los comments y con toda la razón del mundo: Spa, es usted un cenizo”. Y es que, justo después de colgar en el blog la crítica sobre Té y Simpatía, saltó a los titulares la triste noticia de la muerte de su protagonista femenina, Deborah Kerr; una dama culta y elegante que, procedente del Viejo Continente, se instaló en Hollywood para convertirse en una de las actrices más cotizadas de la industria e icono, indiscutible, del cine de los años 50 y 60.

Escocesa de nacimiento, a principios de los 40 inició su carrera en Gran Bretaña, lugar desde el que ya se hizo notar gracias a su espléndida labor en dos productos irrepetibles, Coronel Blimp y Narciso Negro, ambos dirigidos por un tándem excepcional; el formado por Michael Powell y Emeric Pressbrurger. Un año antes de acabar la década, dio sus primeros pasos en Norteamérica emparejándose, en la pantalla grande, con actores de la talla de Clark Gable (Mercaderes de Ilusiones), Robert Taylor (Quo Vadis?) y Stewart Granger (Las Minas del Rey Salomón y El Prisionero de Zenda). En general, éstos fueron papeles de adorno, vistosos, pero muy de chica florero, de cumparsita del héroe masculino y que, en parte, la alejaron de la fuerza con la que había interpretado a la estoica y sobria Hermana Clodagh de la citada Narciso Negro.

El reconocimiento no tardaría en llegarle, pues pronto tendría un papel destacado en el Julio César de Shakespeare que adaptara, en 1954, Joseph L. Mankiewicz. Ese mismo año formó parte del elenco de una de las películas que la lanzaron definitivamente a la fama: De Aquí a la Eternidad. Una playa, la presencia de Burt Lancaster y un largo y pronunciado beso tumbados en la arena, obraron el milagro; Deborah Kerr, esa pelirroja que a veces se transformaba en rubia, acababa de instalarse en la cima del estrellato. El florero por fin se había roto. Una gran señora de la escena ocupaba ahora su lugar.

Amante del calvorotas y danzarín Rey de Siam en El Rey y Yo; religiosa, colgada de un soldado con la cara de Robert Mitchum, en Sólo Dios lo Sabe; mujer enamorada de un elegante playboy en Tu y Yo; propietaria de un pequeño y acogedor hotelito inglés en Mesas Separadas; institutriz a cargo de dos niños perversos y maquiavélicos en Suspense; solterona y fanática religiosa en La Noche de la Iguana o, entre otros muchos caracteres, chica Bond en el Casino más estrambótico de la historia del cine. Todos los roles le iban como anillo al dedo.

Su última gran intervención cinematográfica fue en 1969, bajo las órdenes de Elia Kaza y al lado de Kirk Douglas y Faye Dunaway. El Compromiso era su título; una historia triangular, sobre matrimonios frustrados y yuppies al borde del suicidio. Tras dedicarse una temporada al teatro y colaborar, como guest star, en algunas series televisivas, se retiró del mundo del espectáculo en 1986.

Fue nominada al Oscar en 6 ocasiones, sin conseguirlo. La Academia no se acordó de ella hasta 1994, cuando le otorgó un Oscar honorífico en reconocimiento a toda su trayectoria. Deborah Kerr, por aquel entonces, ya llevaba más de una larga década luchando contra el Parkinson.

Justo ayer nos dejó, a los 86 años de edad y con más de 50 películas en su haber.

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