Una vez repuesto de mis problemas gastrointestinales, ayer por la tarde, asistí a la rueda de prensa que sirvió de presentación a la novena edición del Festival de Cine Negro de Manresa; un certamen sencillo que, sin embargo y gracias a su esmerada programación y al buen hacer de sus responsables, está ganando en calidad y adeptos año tras año. El Fecinema, como sus creadores han rebautizado, se celebrará en esta ocasión (como es lógico y habitual) en la localidad de Manresa y del 14 al 18 de noviembre. Como curiosidad, les citaré que a los premios que otorga el festival, se les llama Plácidos, en honor a Luis García Berlanga y a su película Plácido, la cual fue rodada en dicha localidad catalana.
Tras la conferencia, fui a la proyección de Kilómetro 31, una coproducción mejicano-española con la presencia de un desaborido Adrià Collado. En ella, las continuas apariciones del espectro de un niño, ponen en solfa la paciencia de una joven cuya hermana gemela ha sido hospitalizada tras un encuentro con el pequeño espantajo. Una pobre y risible lectura, muy a la mejicana y con ribetes del cine de Balagueró, de las películas de fantasmas orientales y de la que, ante todo (y para que se hagan una idea de por dónde van los tiros), les querría rescatar una delirante frase de su guión, recitada por un cirujano al informar a la familiar de una mujer accidentada: “Gracias a Dios, señorita, su hermana está fuera de peligro, pero le hemos tenido que amputar las dos piernas y ahora acaba de entrar en coma”. Santo El Enmascarado de Plata sería capaz de levantarse de su tumba para insertar tal diálogo en uno de sus films.
El resto de la noche transcurrió de modo placentero, compartiendo un buen plato de espaguetis, con mi santa y don Carlos Pumares, en un emblemático local del pueblo cuyo nombre llenaría de orgullo a Richard Fleischer (a pesar de que allí nunca he visto comer juntos a Tony Curtis y Kirk Douglas). Una cena intima, triangular, divertida y sabrosa, que culminó con la ingesta de un cafetito en el bar del hotel Melià. Ríanse ustedes de la popularidad y gancho de Tom Cruise, pero el gran Pumares le supera en estrellato. Es increíble la cantidad de gente que sigue acercándosele para solicitar una fotografía a su lado.
Tras habernos despedido de don Carlos, le hice una confesión íntima y personal a mi mujer: “de mayor, quiero ser como él”. A continuación, esa buena mujer, me dio dos palmaditas en el hombro y me aconsejó que me pusiera a dormir.
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