En 1956, Don Siegel adaptó para la pantalla grande, y por primera vez, la novela de ciencia-ficción The Body Snatchers de Jack Finner bajo el título de La Invasión de los Ladrones de Cuerpos; una obra maestra de la serie B de la que, entre líneas, se podía entresacar una clara referencia a la caza de brujas del senador McCarthy y que, en nuestro país, no llegó a estrenarse hasta varias décadas después (a pesar de haber sido emitida antes por televisión). Una joya indiscutible del fantástico que, a finales de los 70 y de la mano de Philip Kaufman, conoció su primer remake a través de La Invasión de los Ultracuerpos: una correcta revisitación, totalmente respetuosa con la cinta original, que contó con el apoyo del propio Siegel y del protagonista de la misma, Kevin McCarthy, gracias a un par de celebrados cameos y que además, en su propuesta, incidía referencialmente en el desencanto que la guerra del Vietnam había provocado entre la población norteamericana. Más tarde, en el 93, un alucinado Abel Ferrara se atrevió a recuperar el tema con Secuestradores de Cuerpos, un producto olvidable, lleno de citas encubiertas sobre el SIDA y que, hasta el momento, se alza como la peor de las actualizaciones cinematográficas de la obra de Finner.
Invasión, la recién estrenada película de Oliver Hirschbiegel, no es que vaya a la zaga de la Ferrara, pero poco le falta para quedar a su mismo nivel. Su director, el responsable de interesantes títulos como El Experimento o El Hundimiento, ha dejado provisionalmente su Alemania natal para probar fortuna en Hollywood. Posiblemente, cediendo a los deseos de la productora, se haya mostrado demasiado sumiso y servil a la hora de adaptar el codiciado libro de Finner. No sólo tiene un mensaje final que se me antoja políticamente peligroso, sino que incluso se saca de la manga a algún que otro personaje nuevo, tal y como ocurre con el hijo del personaje interpretado por Nicole Kidman, una psiquiatra que poco tiene que ver con el relato original. Y es que, un niño en peligro, siempre ha resultado tentador para las ambiciones (y las arcas) de la Meca del Cine; y mucho más si el pequeñajo se convierte en uno de los elementos claves del producto.
Malas lenguas aseguran que James McTeigue, el realizador de V de Vendetta, y los matrixianos hermanos Wachowski, han metido mano a la cinta por encargo de la Warner la cual, no contenta con el montaje final de Hirschbiegel, confió en ellos para retocar el guión y añadirle nuevas escenas. No es de extrañar, por ello, que el resultado definitivo dé la impresión de tratarse de un film realizado torpemente y de brusca correlación narrativa.
La historia parte del mismo tema que ya plasmara Siegel en los 50 y en la que, una intrusión de células alienígenas, tras mezclarse entre la especie humana, secuestraba sus cuerpos para transformarlos en una nueva raza exenta de sentimientos. En este caso, aparte de la susodicha invasión extraterrestre, también se insinúa la probabilidad de un atentado con armas biológicas; un apunte mucho más acorde con la moral de una sociedad que vive bajo la presión de la política del terror aunque, sin embargo, acabe apostando por un the end demasiado resbaladizo y conformista. De hecho, en este aspecto, liga más directamente con el original literario, ya que éste también rezumaba cierto tufillo conservador (por no decir fascistoide).
Y, en medio de ese excusa argumental, nos cuela una subtrama que, en el fondo, acaba tomando más presencia que la trama principal: el caso de una psiquiatra que, tras empezar a notar un poco perdidos a algunos de sus pacientes, tendrá que disfrazarse de heroína para salvar a su hijo de las garras de un grupo de facinerosos recién contaminados.
Un producto enfocado para el lucimiento absoluto de una Nicole Kidman dispuesta a chupar cámara a lo largo de todo el metraje, robándole descaradamente el protagonismo a un Daniel Craig bastante desaborido. Y es que ella, para hacerse notar, hace un poco de todo: ríe, llora, sufre, se queda en ropa interior (¡cómo no!) y corre. Sobre todo, corre; patizamba, pero corre mucho. Y lo hace para escapar de unos congéneres contaminados que, más que marcianos, parecen zombis escapados de una película del Romero.
A pesar de los pesares, la cinta cumple medianamente con su cometido, pues hay que tener en cuenta que Invasión está planteada más como un entretenimiento que otra cosa. Y aburrir, no aburre; o al menos, por su ritmo, no da tiempo a ello. Se trata de una película que hay que pillarla tal y como viene, sin plantearse muchas de las absurdidades de un guión mal escrito, previsible, lleno de lagunas y de escenas resueltas de manera abrupta y poco creíble. Hay que verla un poco cómo aquel que se dispone a disfrutar de un producto de bajo presupuesto (aunque no sea éste el caso) y cercano a las coordenadas más básicas del llamado cine basura.
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