No he leído el cómic. Y les puedo asegurar que no es necesario leerlo para aseverar (desde mi humilde punto de vista) que V de Vendetta bien podría haberse titulado B de Banal. O incluso S de Sopor. Un film vacío, pretencioso y discursivo. Exageradamente discursivo.
La idea es curiosa, lo cual no quiere decir que sea original en absoluto. Inglaterra está dominada por un régimen fascista, con claros paralelismos con el nazismo de Adolf Hitler. De entre las sombras resurge un hombre resentido, con ganas de venganza y de hacer tambalear al poder establecido. Se trata de V, un tipo enmascarado que, tras tragarse Matrix en muchas ocasiones, ha aprendido las sutilezas del arte marcial al estilo más saltimbanqui. Entre este estrafalario personaje y Evey, una chica a la que salva de ser violada y detenida por la tiránica policía social del país, nacerá una muy peculiar relación.
La historia no empieza mal. Parece que el film del debutante James McTeigue (discípulo directo de los matrixianos hermanos Wachowski) pueda ir por buen camino. Pero es que la verdad, con la aparición de V, el tío de la máscara, la película empieza a cojear. ¡Y aparece a los tres minutos de proyección! La personalidad de éste es demasiado arrogante como para caer bien al espectador. Arrogante y parlanchín; un xerrameques, como decimos en Catalunya; un plomizo de mucho cuidado, que sólo cierra la boca cuando suelta un par de hostias o anda enarbolando sus afiladas armas. A V le encanta largar interminables parrafadas, revestidas de un lenguaje culto y con cierto regusto por los clásicos. Todo un literato frustrado: Shakespeare y Cervantes se mezclan en sus soporíferos monólogos.
V de Vendetta sigue una larga tradición de enmascarados en la pantalla grande. Al igual que Scaramouche (¡eso sí que era cine!) o el mismo Darkman, utiliza la careta para cubrir su rostro desfigurado, nunca para ocultar su verdadera personalidad. No actúa por un ideal, lo hace por puro resentimiento, lo cual rompe todo atisbo de romanticismo y convierte a su protagonista en una especie de cretino egocéntrico, pues lo suyo, en realidad, se trata de una venganza personal a la que disfraza, de cara al tendido, extrapolándola a todo un régimen político.
Lo mejor del producto, indiscutiblemente, se encuentra en sus actores secundarios. Tres ases del cine británico son los que al final acaban llevándose el gato al agua. Ni enmascarados charlatanes ni heroínas pelonas que valgan la pena, pues la función de Natalie Portman en la cinta no es otra que la de chica florero a la que, accidentalmente, se le ha acabado otorgando el papel de narradora, ya que todo cuanto acontece ocurre bajo su punto de vista. Lo más interesante, tal y como apuntaba, se halla en el banquillo de los suplentes; en ese tripleta interpretativa compuesta por John Hurt, Stephen Fry y Stephen Rea. Los dos Stephens cumplen a la perfección con su cometido, aunque ambos repitiendo los roles habituales en los que (por desgracia) han sido encasillados desde hace tiempo: Fly como gay intelectual y comprometido con las buenas causas; Rea, como hombre apenado y comprensivo, a pesar de su oscura profesión. John Hurt, por su parte, borda el perfil de dictador despótico, auto guiñándose y permutando su papel en 1984; de oprimido a opresor (y repitiendo con la uve)
La estética del film es pobre. Paupérrima. Una serie B incapaz de esconder su condición de serie B. Planos medios o primeros planos son la máxima expresión de un director que no ha sabido otorgarle fuerza a su producto. Ni de manera visual ni narrativamente hablando. Todo parece filmado en el interior de un plató prestado por una televisión de barrio, incapaz de abrir sus planos para no mostrar por error las bambalinas o un sinfín de focos y cables sueltos. Sus fríos y nada atractivos decorados, así como su ecléctico vestuario hacen juego, sin embargo, con esa rocambolesca y desagradable careta que luce el charlatán V.
En definitiva se trata de un cúmulo de despropósitos aburridos y banales que, amontonados uno detrás del otro, convierten a la película en una burrada tan innecesaria como ocurrió con las dos caóticas adaptaciones cinematográficas que McG hizo de Los Ángeles de Charlie. Hay una escena en V de Vendetta, bastante ridícula, en la que la Portman se disfraza de colegiala putita. No digo más para no chafarles que se esconde tras ese atuendo... sólo que personalmente lo encontré de lo más grotesco. Quienes hayan visto la película, hagan la prueba: intercambien a la Portman por Lucy Liu y dará igualmente el pego. Los Ángeles de V. Eso sí: la princesita Amidala, con coletas, minifalda y calcetines hasta media pierna, está para comérsela a bocados.
¿Quieren que les cuente un secreto? Me pasé toda la película sufriendo al imaginarme lo mal que lo debería pasar el doblador español de V, seguramente encerrado en un armario para dar ese tono hermético y lleno de resonancias a su voz. Pobre hombre, oliendo a alcanfor durante semanas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario