19.4.06

Ustedes lo han querido: CRASH

David Cronenberg, el director de Una Historia de Violencia, es un tipo al que desde sus inicios le gusta retratar todo tipo de degradaciones, tanto físicas como psíquicas. Su cine, en general, ha diseccionado varios de los procesos degenerativos en el ser humano, normalmente bajo un punto de vista deformante, amparándose en el género fantástico y dotando a sus títulos de cierto aire insolente.

El realizador canadiense se planteó Crash como una provocación en toda regla. Tanto es así que, por culpa de su (también) enfermiza obsesión por llegar más lejos que otros en determinados temas, se alejó inconscientemente de marcar unas pautas mínimamente coherentes para narrar la historia que nos plantea. Una historia en donde sus principales protagonistas son los accidentes automovilísticos y al mismo tiempo, siguiendo con otra de sus obsesivas fijaciones, las taras y deformaciones físicas que éstos dejan en sus conductores y pasajeros. Así por ejemplo a Rosanna Arquette -en un rol bastante episódico-, la enfunda en un ceñido y corto vestido de cuero plagado de piezas ortopédicas para sujetar sus dañadas piernas.

Crash tiene un poco de todo, pero sin gracia y mal expuesto. Un coctel indefinible de géneros e intenciones: una película erótica, morbosa y malsana; un melodrama con toques gores; un thriller sin intriga ni misterio alguno y un film de vampiros y vampirizados. ¿Quién da más? Ya lo dice el refrán: quien mucho abarca, poco aprieta. Cronenberg, a lo largo del film, lanza la piedra en varias ocasiones, pero ésta siempre se queda a mitad de camino. Jamás atina un blanco y lo único que consigue es una amalgama, sin orden ni concierto, de numerosos escenas en las que lo obsceno y lo desagradable se aúnan sin lógica alguna.

Crash habla de los accidentes de coche. Convierte en objeto de culto a las víctimas de algunos siniestros considerados como únicos e irrepetibles. James Dean y Jane Mansfield son sus ídolos, pues se encuentran en lo más alto del top en cuanto a batacazos brutales se refiere. El culto al accidente deja paso al culto a la muerte, a los miembros apuntados y a los amasijos de hierro retorcidos y manchados de sangre, marcándose como meta de su delirio el poder copular en el interior de un automóvil accidentado.

No hay un guión lineal. La película está construida a golpe de anécdotas desagradables. Sólo busca escandalizar con su mezcla de ortopedia, hierro, sangre, sudor y semen. Poca cosa más ofrece. Tan sólo -y como excusa argumental- una mínima historia en la que mezcla a una pareja de amantes ansiosos por descubrir nuevas sensaciones sexuales con una extraña secta, adoradora de los carros destrozados y de los miembros amputados, cuya cabeza visible (un gurú que bien podría apellidarse Drácula) esgrime un magnetismo especial con sus más fervientes seguidores.

Por la película pululan varios personajes, aunque la mayoría de ellos son como el Guadiana: aparecen y desaparecen. Cuando Cronenberg se cansa de ellos, los aparta de la escena, sin más explicación, tal y como ocurre con el personaje interpretado por Holly Hunter. Otros, que parecían mucho más secundarios, cobran una relevancia innecesaria, como en el caso de la obsesa a la que da vida una sensual Deborah Kara Unger (sin lugar a dudas, lo mejor del film... aunque sólo sea por su presencia física). Esa inestabilidad a la hora de tratar con sus personajes demuestra que se trata de un film vacuo; una pedantería falsa y engañosa tras la que se esconde un forzado tratado sobre la morbosidad humana.

Y digo engañosa porque, tras su meticuloso y atractivo tratamiento visual del sexo y el mal gusto, no hay nada más. La nada. El vacío más profundo... Bueno... un poco menos... ya que está la Unger. Y dicen que menos da una piedra.

¿Saben que en su día salí entusiasmado tras su estreno? Como digo: un engaño.

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