Richard Donner, después de algunos resbalones y demasiadas secuelas de Arma Letal, ha regresado. Y lo ha hecho con fuerza, demostrando la profesionalidad con la que antaño afrontara títulos como La Profecía o Superman. 16 Calles es su nuevo trabajo. Un thriller en toda regla. Un thriller cáustico, trepidante, cargado de mala leche y con algún que otro rasgo cercano al de los tópicos del cine negro de toda la vida, empezando por el acabado personaje interpretado por un Bruce Willis fuera de serie.
En esta ocasión, el protagonista de Jungla de Cristal, rompe un tanto con su imagen de héroe de acción para conseguir el amargo retrato de un antihéroe sin futuro. Para ello, no ha dudado en nada a la hora de cambiar su look habitual para encarnar a Jack Mosley, un detective de policía de la ciudad de Nueva York que ha perdido todo tipo de credibilidad ante sus compañeros. Jack es un tipo desaliñado, cojitranco y un tanto cascarrabias. La pesadez física y el exceso de alcohol que habita en su cuerpo hacen que respire con dificultad tras dar cuatro pasos. Sus superiores sólo recurren a él cuando se trata de cubrir un servicio sin mucha importancia, como por ejemplo atender en solitario la llegada del forense al escenario de un crimen. Él ya se encargará de matar las largas horas de espera con la ayuda de su mejor amiga, la botella.
La rutinaria misión de acompañar a un detenido al Palacio de Justicia, situado a 16 calles de su comisaria, la aceptará a regañadientes Piensa que, al igual que de costumbre, esa es otra de tantas tareas más, sin importancia alguna, destinada al borracho de turno... aunque la realidad, en esta ocasión, va a ser muy diferente.
Donner demuestra que el buen cine de acción ha de ser algo más que imagen, mamporrazos y persecuciones. Un mínimo de guión siempre es imprescindible. No son necesarios varios giros argumentales para enganchar al espectador en su trama. En 16 Calles ofrece una historia sólida y entretenida, en la que destacan un par de impresionantes diálogos entre Bruce Willis y David Morse, el malo de turno. Un Morse impagable que aguanta a la perfección el duelo interpretativo con un Willis distinto. Ni uno ni el otro recurren a histrionismo alguno para representar a sus respectivos personajes. Están perfectos. Y es que, durante su metraje, los dos actores coinciden tan solo, cara a cara, en un par de inolvidables ocasiones: momentos únicos y casi antológicos. Lo que dicen -y tal y como lo dicen- hace que salten chispas entre ellos, contagiando a la platea con la misma emoción. La solidez de sus diálogos y la vibración que transmiten con su actuación forman parte indiscutible del mejor cine.
16 Calles es tensa y al mismo tiempo conmovedora. Donner tiene oficio y lo invierte en este título al cien por cien. Cuenta una historia de siempre, pero de manera diferente, con mucha garra y manteniendo el suspense en todo el metraje. No busca epatar con sus imágenes. Su cine es más sencillo de lo que aparenta, pero tiene mucho cuerpo. Con cuatro trazos describe a sus personajes y los hace de carne y hueso, palpables, reales. Poco ha de explicar sobre ellos, pues la manera con la que estos afrontan ciertas situaciones extremas los define de sobras.
El film tiene un aire narrativo y escénico cercano a la tercera entrega de Jungla de Cristal, aunque con un John McClane con muy pocos telediarios por delante, renqueante y perfumado de whisky barato; se acerca al espíritu suicida del Mel Gibson de la primera Arma Letal, e incluso (si mucho me apuran) entronca directamente con el western, a través del mismo espíritu de sacrificio y heroismo que mostraron John Wayne y Dean Martín en la eterna Río Bravo.
En el supuesto de que Donner hubiera eliminado su innecesario y moralista epílogo final, al tiempo que suavizara la interpretación del cargante Mos Def (el detenido de color que ha de custodiar Willis), tendríamos un producto redondo en todos los aspectos. Y es que, a veces, no se puede tener todo. Nadie es perfecto.
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