Wallace y Gromit: La Maldición de las Verduras es una verdadera delicia; un divertimento único e inteligente. Amparado por el Oscar a Mejor Film de Animación, éste es el producto a través del cual, las dos criaturas fetiche de plastilina de Nick Park -un peculiar inventor y su fiel perro-, han dado el salto del mundo del corto al del largometraje. Un salto que, dicho sea de paso, se merecían desde hace mucho tiempo.
La Maldición de las Verduras tiene muy poco (o nada) que envidiar a la anterior película de la casa Aardman, Chicken Run, ese ingenioso guiño gallináceo a una de las películas clásicas por excelencia del género de aventuras, La Gran Evasión. En esta ocasión, los guiños son a todo un estilo de hacer cine, llevándose la palma los eternos terrores de la Universal, empezando por El Hombre Lobo y acabando por el mismísimo Dr. Frankenstein.
Y no sólo la Universal es la única homenajeada, pues por momentos, la estética que envuelve a Wallace y Gromit parece sacada de esos decorados y ese peculiar tratamiento del color y de la imagen que, durante años, caracterizó a la gótica casa Hammer. Todo ello sin olvidar tampoco a la criatura más millonaria de la RKO, King Kong; aunque un Kong peculiar, en forma de conejo gigante, empecinado en zamparse tantas verduras como le sea posible y tras el que se esconde el primer tratado mundial de cuniculutropía (o sea, como la licantropía pero cambiando los lobos por los conejos).
Su hilo argumental se centra, ante todo, en la obsesión de nuestros dos protagonistas por conseguir erradicar de su aldea a una plaga de conejos hambrientos y devoradores de todo tipo de hortalizas y cereales. Está a punto de celebrarse en el lugar un concurso sobre verduras gigantes, por lo cual todos los vecinos viven ansiosos por ver premiado a alguno de sus mayúsculos cultivos. Sin embargo, temen que el trabajo de un año sea roído por los numerosos animalillos orejones y dentones que por ahí pululan. Wallace y Gromit, convertidos en flamantes propietarios de una empresa pesticida, idearán un sistema mediante el cual los conejos dejen de sentirse atraídos por engullir verduras de manera convulsiva.
Los estrafalarios y alucinados inventos de Wallace, su pasión desmesurada por el queso y un magnífico cruce entre el citado Hombre Lobo y el Dr. Jekyll y Mr. Hyde (en el que cobrará un especial protagonismo un inquieto conejo en zapatillas), darán vida a un delirante enredo por el que desfilarán multitud de estrambóticos personajes, de entre los que cabe destacar a una baronesa preocupada por el destino de los conejitos (o "animalillos de peluche" como ella les llama), a un cazador poco ortodoxo o a un sacerdote que atesora en su sacristía una revista en la que se muestran varias monjas en deshabillé.
Aparte de citar su chispeante guión (un trabajo de amor cinéfilo al cien por cien), valdría la pena resaltar la artesanía y el cariño con los que Nick Park y su Aardman dan vida a sus muñecos de plastilina, moldeándolos y otorgándoles personalísimos caracteres con la ayuda, tan sólo, de tres o cuatro detalles puntuales. Y, ante todo, tener en cuenta el valor de una empresa que, en tiempos de total tecnología informática, opta por prescindir de ésta y sigue apostando por un trabajo más cercano al que en tiempos realizara el gran Ray Harryhausen.
En Barcelona y alrededores, aún se exhibe en alguna sala. Si no la vieron en su día, no la dejen escapar. Una delicatessen que también acaba de ser editada en DVD. Tómense un respiro y denle una oportunidad. Es tan fresca que su visionado libera estrés y mala leche.
¡Cuánto daría por tener un perro tan fiel como Gromit!
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