

Michael Caine es ese hombre mayor, y nada chocho, que última los detalles de un golpe singular; un robo que, una vez cometido, sorprenderá a propios y a extraños y del que, difícilmente, se podría llegar tan lejos con la mínima ayuda de un minúsculo termo. Un Michael Caine en su máxima expresión, demostrando, contra viento y marea, que él, a pesar de los achaques que presenta su personaje, quiere seguir al pie del cañón como si se tratara del primer día.
Él, mediante un singular aspecto de abuelito cojitranco y al límite de la precariedad económica, le da el toque de humor necesario a la cinta para que ésta se soporta un tanto mejor. Un humor socarrón y previsible que, sin embargo, debido a su estandarizado rol, ayuda a digerir mejor un trabajo con demasiados altibajos en su haber y con un sinfín de puntos oscuros (e incluso moralistas) en su resolución final.
Narrada a través de un ritmo bastante cansino, lo mejor de la cinta se localiza en la fuerza otorgada a los chispeantes diálogos de ese atrotinado Hobbs dispuesto a hacer el atraco del siglo, a pesar de que su físico y su perenne cojera, puedan girársele en contra suya. Es innegable que Demi Moore también aguanta a la perfección casi todo el metraje en pantalla pero, a pesar de ello, los momento de Caine en solitario o incluso en compañía de ella, resultan de lo más delicioso y entrañable.
Un Plan Brillante se inicia en nuestros días, justo cuando una joven periodista entrevista a una envejecida Demi Moore para un reportaje dedicado a las "mujeres que dirigieron". Ella, ante el micrófono, narrará sus tensas relaciones con la Londonn Diamond Corporation y, al mismo tiempo, hará referencia a su accidental alianza con Mr. Hobbs. Un largo flash-back se encargará de otorgarle el papel de la invisible maestra de ceremonias de un film que, a pesar de sus buenas intenciones críticas (tanto políticas como sociales), no acaba de convencer al cien por cien.
La falta de credibilidad en muchos de los aspectos que hacen referencia a la realización del golpe, el tufillo moralista que desprende su parte final y todos los forzados detalles que apuntan el desenlace del personaje de Demi Moore, dañan de modo considerable las coordenadas de un trabajo bien planteado que termina por derrumbarse debido a la endeblez de su guión y a la falta de interés en su vacía puesta en escena. Sin un poco más de chicha, de nada sirve que la actriz, en un esfuerzo considerable, se haya acercado estéticamente a la estela glamourosa dejada por Audrey Hepburn o la Tippi Hedren de Marnie.
Un golpe deslucido; de aquellos que sabe mal no hayan podido llegar mucho más lejos, perdiéndose en lujos y tiempos muertos innecesario. Pero menos da una piedra. Y disfrutar viendo la sabiduría interpretativa de Caine o gozar con la exquisita madurez de Moore, bien vale una misa. Además: ¿qué me dicen de ese cartel, tan guapote, sesentero y con un look muy a lo Desayuno con Diamantes?
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