Desde que The Fall obtuviera el premio a Mejor Película en el Festival de Sitges del 2007, ha transcurrido más de un año en exhibirse en pantallas comerciales. A pesar de haberse estrenado mal y en contadas salas, al menos ahora el espectador más inquieto tiene la posibilidad de recuperar un título espléndido en el que, a partes iguales, se reparte originalidad, fantasía y ternura.
La historia que plasma The Fall está enmarcada en un hospital ubicado en Los Angeles de los años 20. Allí coincidirán un especialista cinematográfico en escenas de acción, que está reponiéndose en el lugar de un grave accidente acaecido durante un rodaje, y Alexandria, una niña rumana de 10 años de edad que acaba de romperse un brazo. La relación que se establece entre ambos se verá reflejada en el fantasioso cuento que, a modo de evasión, el primero narrará a la pequeña; una fábula, plagada de aventuras exóticas, en la que se irán incluyendo las fobias y temores de ambos personajes.
Con este film, Tarsem Singh, deja atrás cuantos despropósitos volcara en La Celda, ese patético e insustancial producto que, protagonizado por Jennifer Lopez, supusiera su ópera prima como realizador. De él, por suerte, sólo rescata lo único potable que ofrecía: su imaginería visual aunque, al contrario que en su nefasto debut, consigue utilizarla al servicio de un guión tierno, ingenioso y salpicado, al mismo tiempo, de momentos de inusitada dureza emocional.
The Fall (a la que, para su estreno español, le han encasquetado la innecesaria coletilla de El Sueño de Alexandria) se mueve entre el mundo real en el que se desenvuelven sus dos protagonistas y el mundo onírico y estrambótico que han ido creando entre ellos. Dos universos que se complementan el uno al otro y que, inevitablemente, sirven de terapia personal a los miedos infantiles de Alexandria y a las tendencias autodestructivas del adulto.
Cine en estado puro, del que cuesta olvidar una vez visionado y que nos obsequia con imágenes de esas que, por su belleza, quedan retenidas para siempre en nuestras cabezotas, tal y como sucede con la ralentizada escena que, fotografiada en blanco y negro, abre sus títulos de crédito. Pura magia visual y narrativa.
Y atención, ante todo, al buen hacer de Catinca Untaru, la niña que da vida a Alexandria y que, con su presencia, se convierte en uno de los ejes principales de su bien planeada estructura; una criatura maravillosa dotada de multitud de recursos interpretativos. La sola expresión de su mirada es simplemente fascinante.
Imagen y guión aunados para ofrecer al espectador un inenarrable festival de sensaciones y que, como gran remate final, apuesta por uno de los homenajes más sensibles dedicados a los dobles de acción que arriesgaron sus vidas en los inicios del cine. Chapeau!
No hay comentarios:
Publicar un comentario