Reencontrarse un año más con el calor y la humanidad que rezuman Maria Casals y Carles Ortega (Kop para los amigos), dos de las almas más visibles y palpables del Fecinema.
Descubrir el peculiar sentido del humor del director del certamen, el manresano Manuel Quinto.
Poder convivir durante cuatro jornadas intensas (comidas y cenas incluidas) con Carlos Pumares, un personaje incomparable por el que cada día siento un cariño más especial y mayúsculo. Incluso, de este hombre, respeto sus espantadas y nada discretas escapadas justo en el momento en el que la sociedad que le rodea se convierte en tumulto.
El habérseme exteriorizado, en vivo y en directo, el timburtoniano universo creado por Jack Mircala quien, invitado por el Festival, acercó al mismo una pequeña muestra de su sorprendente obra ilustrativa. Un creador como la copa de un pino con el que pude pasar una noche loca y surrealista, llena de citas cinematográficas y vigilados muy de cerca por la atenta mirada de Edgard Allan Poe (¿o era la sombra de mismísimo Trotsky?). Lástima de la profunda afonía, en plan Vito Corleone, con la que me levanté a la mañana siguiente.
Compartir, en varias ocasiones, café, copa y puro (e incluso un espléndido chuletón y un arroz negro) con Marina Ortiz y Luis Manso, productores de la espléndida Camino y conocer, muy de cerca, sus vivencias personales y las de Javier Fesser a raíz del estreno de la película. Dos personajes encantadores a los que pude agradecerles en persona la existencia de tan valiente film.
Vivir un rato irrepetible y emotivo al lado de la actriz Asunción Balaguer (por cierto, manresana de nacimiento) y recordarle la grandiosidad de su desaparecido esposo, Paco Rabal. En su honor y rememorando Belle de Jour, un brindis con Anís del Mono.
Poder hablar de nuevo con un Ángel Sala distinto y alejado de sus funciones como director de un Festival de envergadura como es el de Sitges. Despojado de sus vestiduras de dire, incluso da la impresión de ser una persona de carne y hueso. El cine de aventuras y policiaco de los 70 fue el tema principal de la conversación. Nos subimos en el último tren a Katanga e hicimos trasbordo en el Pelman 1, 2, 3.
Fue toda una delicia (y una humorada) ver en acción al dueto formado por Ramón de España y Jordi Batlle-Caminal, miembros ambos del jurado. El primero aún llora por las dificultades de no poder vender el proyecto de su segunda película; el segundo aún recuerda el día en que una de sus críticas para La Vanguardia salió firmada por un tal Jordi Batlle-Criminal. Para su consuelo, siempre le recuerdo que a Margarita Chapate, una compañera de profesión de Barcelona, se la acreditó en una ocasión en Sitges bajo el nombre de Margarita Chaputa.
Disfrutar de la espontaneidad (turística y festivalera) de Domingo y María, los dos canarios que presentaban el cortometraje Última Toma y que, al igual que el resto de invitados (entre los que me incluyo), se dejaron querer y mimar por el cariño de Cop y Maria.
Poder bromear en diversas ocasiones con Anna Obradors, la simpatiquísima y amable viuda de Toni Galindo, el mejor cartelista español de los últimos tiempos.
Las alegres comidas en comandita en Las Vegas... cuyas dos hermanas que lo regentan, por su santa paciencia, se merecen un fuerte besazo y otro brindis con Anís del Mono.
Envidiar sanamente el porte y el buen humor de los chóferes al servicio de la organización e invitados y que, ¡por suerte!, me ahorraron alguna que otra caminata.
Caérseme la baba viendo como también a mi santa, convidada igualmente por el festival, se le caía la baba ante tanta buena gente.
¿Quién dice que en Manresa hace frío? Falacias...
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