BuenaVista, la filial adulta de Disney, enseñó en el certamen su cara más oscura y ponzoñosa demostrando hasta dónde puede llegar con tal de vender un producto en el que no confía en absoluto y del que tan sólo dispone de ocho copias para su estreno español. Hace apenas un mes, en Sitges y con la misma película, suspendieron un pase matinal, abierto al público y con las entradas ya vendidas, alegando que los responsables del certamen no cumplían las normas de seguridad establecidas; un pase que, por cierto, y después de haber sido difundida la noticia de la suspensión a bombo y platillo por la mayoría de medios de comunicación, fue trasladado a otro horario siendo proyectada en una sesión nocturna.
Una operación maquiavélica que supuso, sin ningún gasto extra para la distribuidora, una golpe de marketing magistral: ellos no invierten ni un puto euro, el Festival se gasta su pasta gansa en contratar a cuatro gorilas provistos de detectores de metales y anteojos de visión nocturna y la prensa, en casi su totalidad, divulga el teórico escándalo y vende con ello un producto que no saben como encasquetar y al que no quieren destinar en promoción ni un céntimo de más.
Manresa, programando en una golfa idéntica película (de la que ni siquiera me apetece citar su título para no seguir el juego a la perversidad comercial de BuenaVista), cayó de buena fe en el mismo error que Sitges y, cómo no, los gastos de publicidad (indirecta) corrieron de parte del Festival. Disney sigue sin soltar un duro de publicidad; con la excusa -siempre por delante- de la piratería, obliga a la organización a montar un ridículo pero notorio despliegue de seguridad e incluso, antes de la proyección, llega a requisar provisionalmente teléfonos móviles de los más precarios, de aquellos desprovistos de cualquier dispositivo de grabación. Surrealista, pero real. La cuestión es que se hable de ello y que cuatro medios de comunicación, de forma inocente, citen por todo lo alto los problemas que sufrieron los espectadores para entrar en la sala y disfrutar de la película. Una manera indecente de crear falsas expectativas ante su próximo estreno.
Puro marketing, pero del más bajo y ruin. No es de extrañar cuando se trata de una casa que sería capaz de perseguir a un menor de edad y quebrarle las extremidades sólo por jugar con un muñequito de Micky no autorizado por la propia Disney. Igual que en los viejos tiempos: aún siguen tentándonos con manzanas envenenadas.
El otro que dio la nota en Manresa fue Carles Cases, un músico que ha trabajado, entre otros, al servicio de gente como Lluís Llach y Maria del Mar Bonet y que ha compuesto un considerable número de bandas sonoras. Él fue el encargado de cerrar el acto de clausura del Festival a través de un concierto tras el que se esconde un indignante atentado contra las obras de Ennio Morricone y Brian De Palma.
Les cuento. El hombre, con la excusa de homenajear a Los Intocables, ha creado una nueva banda sonora para la película, eliminando por completo la genialidad que escribió para la misma un inspirado Morricone. Por si no tuviera suficiente con creerse superior al músico italiano, el Cases, para ilustrar su espectáculo, ha recurrido a la cinta de De Palma recortándole media horita, eliminando los diálogos y utilizando las imágenes resultantes como telón de fondo a las nuevas e innecesarias notas musicales que ejecuta con la ayuda de sus músicos. Un acto de desprecio hacia una obra bien acabada y redonda que, con tal manipulación (en la que incluso inserta fragmentos del episodio piloto de la serie televisiva de los 50), pierde todo su sentido y su fuerza original. Les aseguro que si llego a disponer de un tomate a mano, se lo hubiera lanzado a la cocorota de Carles Cases al finalizar su interminable, lamentable y pesarosa interpretación. Vaya, que Los Intocables han sido tocados... y con mala saña.
Supongo (y me temo que es mucho suponer) que, como mínimo, el individuo habrá pagado los pertinentes derechos de autor a Morricone, Brian De Palma e incluso a los herederos del desaparecido humorista catalán Joan Capri, cuya voz, alucinantemente, ha sido robada de uno de sus divertidos monólogos y metida a saco (y sin venir a cuento de nada) en una escena de la película.
Disney y Carles Cases: dos casos de vergüenza ajena. Manresa no se merece tan malas artes.
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