Sorrentini, más que un análisis en profundidad de los tejemanejes urdidos por Andreotti durante sus años al frente del Gobierno (entre los que se cuentan varios asesinatos y claros contactos con la Mafia), ha entrado a fondo en el milimétrico dibujo del personaje. La política y sus “fechorías” también constan, aunque de un modo más superficial y no muy bien plasmado. Al realizador, lo que de verdad le interesa es el dibujo de ese Andreotti más íntimo y pletórico a la hora de soltar frases lapidarias. Es por ello que, dejando a un lado los intríngulis políticos, entra a saco en ese perfil vampírico (y con claros rasgos a lo Nosferatu) que definieron su enfermiza, misteriosa y carismática personalidad.
Un tipo solitario, inalterable, extremadamente cínico y de pocas palabras. Siempre al margen de los demás, regodeándose de las desgracias de quienes le rodeaban y creciéndose con las muertes inesperadas de aquellos que, teóricamente, gozaban de una salud mejor que la suya. Un tipo que pasaba las noches en vela, dando largos y acelerados paseos por los angostos pasillos de su domicilio y que incluso, en un alarde de lo más mortuorio, fue capaz de declararse a su esposa por vez primera justo en medio de un cementerio. Un vampiro en toda regla.
Y es que Il Divo no sería nada sin Toni Servillo, el actor que le da vida y por cuya interpretación se ha alzado como el ganador del galardón al mejor actor en la última edición de los Premios del Cine Europeo. Un Servillo magnífico, moviéndose a través de su silenciosa (y, a veces, terrorífica) presencia y de ese devaneo arriesgado entre la sobreactuación y el surrealismo físico.
Detrás de la construcción y la radiografía de Andreotti, Sorrentini echa algo más de leña al fuego y, con un sentido del humor ciertamente sutil, se atreve con algún que otro guiño (cinéfilo y no cinéfilo) sin devanarse el coco en aclaraciones políticas, tal y como sucede con la brillante comparación que hace de los hombres más directos del mandatario italiano con el icono tarantiniano que supuso el grupo de atracadores protagonista de Reservoir Dogs. A veces, como en este caso, hay sutilizas que ponen la carne de gallina.
Un film interesante y diferente. Huye del thriller político para, amparándose en la figura de un conflictivo político, orquestar un brillante retrato sobre un ser repugnante y vanidoso. Lástima que, en su envoltorio visual, haya optado en demasía por la búsqueda del plano rocambolesco, moderniqui y plagado de simetrías en su fotografía lo cual, en definitiva y teniendo en cuenta su arriesgada aproximación al vídeo-clip, rompe un tanto su fuerza dramática.
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