19.12.08
El sleeper
Odio a Abba. Nunca he sintonizado con las eurovisivas melodías del grupo. Una razón de peso ésta para que, hasta hace unos días, no me acercase a Mamma Mia!, el claro sleeper de la temporada. Un sleeper que, al paso que lleva, aguantará en cartelera hasta el año que viene.
Escrito por la misma autora del libreto original, Catherine Johnson, y realizado por la también responsable de su puesta en escena teatral, Phyllida Lloyd, Mamma Mia! significa la adaptación cinematográfica de un musical que, por su inesperado éxito, sorprendió a propios y extraños. De todos modos, y a pesar de las buenas intenciones depositadas, se nota demasiado la nula experiencia de esta última tras la cámara, saldándose con una cinta narrativamente plana y cargada de números musicales sin garra.
De hecho, la película, al igual que la obra teatral, se ampara en el (no muy explicable) revival de la música de Abba, lo cual va en detrimento de su (mínimo) intríngulis argumental, pues éste gira siempre en torno (o, mejor dicho, en función) de las canciones más populares del grupo. Tal dependencia, inevitablemente, implica que cuantas situaciones se suceden hayan de ajustarse a la letra de los temas de la desaparecida formación sueca, dando con ello un aspecto de nula correlación lineal y plagado de excesivos (y forzados) giros de guión para que todo cuadre.
Lo mejor de Mamma Mia! radica en una Meryl Streep desinhibida y ciertamente graciosa. La mujer, para representar a Donna, una madre soltera con un pasado como hippie y vocalista de un trío musical femenino, se desmadra a sus anchas. Canta, baila, ríe y (¡cómo no!) llora. ¿Qué sería de una película en donde la Streep no soltase ni una sola lágrima? La protagonista de La Decisión de Sophie se viste con un peto y se deja llevar por la placentera locura de convertirse en el centro de atención de una comedia musical, género éste al que en pocas ocasiones se había acercado. Y la mujer, con nota alta, hasta logra darle cierta vitalidad a un producto insulso y que, a pesar de sus pretensiones progresistas, está a punto de caer varias veces en la más relamida de las cursilerías.
Una boda, la de Sophie, la hija de Donna (la muy sosa Amanda Seyfried), es el detonante del film de Phyllida Lloyd. El evento se ha de celebrar en una idílica isla griega, lugar en el que esa madre soltera, a la que le da por canturrear y danzar, es propietaria de un viejo hotel. Al lugar, invitados por la novia, llegarán tres personajes inesperados que mucho podrían tener que ver con la posible paternidad de la jovencita. Y es allí justo cuando aparecen en escena Pierce Brosnan, Colin Firth y Stellan Skarsgard. El primero, el ex James Bond, incómodo y acartonado en los momentos musicales que le han tocado en suerte; el segundo, como es habitual en él, haciendo gala de sus pocos recursos interpretativos, y el último, el suizo y más digno del terceto, acarreando su rol con la mayor dignidad posible.
La astracanada está servida. Y la corrección política, también. Mucho progresismo de boquilla para, en el fondo, finalizar con un elogioso canto en pos de la unidad familiar y las buenas maneras. El hippismo y el libertinaje ya están demodés. Ahora toca follar habiendo pasado antes por vicaría. Suerte de doña Meryl quien, con su desparpajo, deja bien claro aquello de que “a la vejez, viruelas”.
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