7.12.08

De chupasangres y de chupadineros...

El pasado jueves, Canal + estrenó la primera temporada de True Blood, una serie que, una vez visto su episodio inicial, parece prometer mucho gracias a su puntito de originalidad. La historia tiene su coña. Va de vampiros y humanos, pero en total convivencia y ambientada en un pueblecito de la América profunda, en plena frondosidad de los húmedos bosques de Luisiana. Y es que los chupasangres ya no son lo que eran pues, desde que los rusos pusieron sangre sintética a la venta en el mercado mundial, no tienen que recurrir a las arterias de sus vecinos para alimentarse... aunque muchos de ellos siguen pensando que es más apetitoso un buen chupetón que darle al plasma embotellado.

Tampoco es de extrañar que algún que otro vampiro ande loco por hincarle el diente a esas carnes que me luce una tentadora Anna Paquin, la protagonista principal de la serie; una mortal pirrada por tener un revolcón con el primer draculilla que aparece por el bar en el que trabaja de noche como camarera. Y es que, en ese mundo de aparente armonía entre humanos y no muertos, aconsejan que “nadie debería morirse sin tener, al menos una vez, sexo con un vampiro”. Según cuentan, en la cama, los amos de la noche son una bestia furibunda y placentera.

Hasta aquí, todo bien. El problema radica en Digital + y el nulo respeto que muestran por sus abonados quienes, entre pitos y flautas, se han de someter a la cuota más elevada de las televisiones de pago en España. Pasando totalmente de sus clientes (que, en el fondo, son quienes les dan de comer), se atreven a jugar con sus emisiones igual que si fueran una televisión gratuita. El espectador (o sea, el que suelta sus eurillos para disfrutar de una tele "teóricamente" limpia de impurezas) ha de soportar estoicamente que los señores de Canal + destrocen la última escena del primer episodio de True Blood, justo antes de los créditos finales, para anunciar el siguiente espacio en la parrilla de programación. Y para ello, rompiendo la tensión que conlleva la citada escena, no se les ocurre nada mejor que empequeñecer la imagen y, en primer plano y bajo un fondo blanco inmaculado y cegador, insertar su autopublicidad. ¡Mandan cojones! Para muestra sobre tal falta de respeto (hacia la obra y hacia quienes les mantienen), aquí tienen el siguiente YouTube.

Con ejemplos como éste, queda bien claro que siempre es más desagradable un chupadineros que un chupasangres. De seguir así, no se sorprendan los de la plataforma digital cuando muchos de sus abonados sigan dándose de baja.

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