Basada directamente en la novela de Adolf Burger -uno de los detenidos que vivió en primera persona ese aislamiento y cuyo personaje en la cinta posee un tratamiento muy específico- en ella se opta por narrar todo cuanto ocurrió allí dentro a través de los ojos de Salomon Sorowitsch, un falsificador rumano, igualmente detenido por su condición de judío, que jugó un papel primordial en el proceso de control e impresión de la moneda falsa.
Aparte de retratar la brutalidad ejercida sobre los prisioneros en los campos de concentración, las principales intenciones de Ruzowitzky se centran en plasmar la tortura psicológica ejercida sobre aquellos que fueron destinados a trabajar para el ejército nazi; unos hombres conscientes de estar traicionando a unos semejantes que, en los barracones más próximos, eran tratados de manera mucho más severa que a ellos. Una situación de privilegio que, sin embargo, les mantuvo al límite de sus fuerzas psíquicas debido a la dualidad de pensamiento que experimentaron. Por un lado, con sus labores, machacaban a su propia ideología, contraria a favorecer los intereses de sus genocidas; por el otro, daban gracias a seguir con vida por los servicios que (a desgana) estaban prestando.
El enfrentamiento entre el más radical Adolf Burger (un hombre marcado por el asesinato de su esposa en Austchwitz) y Salomon Sorowitsch es otro de los puntales sobre los que discurre Los Falsificadores. El primero está dispuesto a boicotear, una y otra vez, las planchas para la impresión de dólares falsos, mientras que el segundo, presionado más directamente por uno de los altos oficiales al mando del campo, optaría por llevar a cabo el encargo lo antes posible. Un tira y afloja que el realizador austríaco logra hacer comprensible en ambos personajes. La rabia y la supervivencia; el orgullo y el miedo; una bipolarización de posicionamientos de lo más lógico y racional cuando se está habitando en el mismísimo infierno.
La impotencia de unos, la maldad de los otros. Con cuatro trazos de guión, el propio Ruzowitzky logra maravillas. Sus numerosos personajes (desde los militares nazis a los prisioneros) son descritos a la perfección. No hay pasajes innecesarios. Todo cuanto expone es imprescindible para comprender la bestialidad de una situación extrema que nunca debió suceder y jamás tendría que repetirse. Un complemento, más que sustancial y vibrante, a esa genialidad que, bajo el título de La Lista de Schindler, rodara en 1993 Steven Spielberg.
Es una lástima que la carrera comercial de un producto tan sencillo y nada ampuloso como éste, pueda verse perjudicado por ese quijotismo innato que asola nuestro pequeño país; un país al que le costará reconocer los valores de un film que logró arrinconar la endeblez de El Orfanato en la selección final de las películas nominadas al Oscar... y mucho más habiendo conseguido la preciada estatuilla; un mérito que demasiados medios (incluida la propia publicidad) han pasado ya por alto.
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