La política de distribución cinematográfica en España es un tema que jamás entenderé. Existiendo tantos productos interesantes esperando turno, y sabiendo que muchos de ellos jamás conocerán el estreno comercial en nuestro país, se me ponen los pelos de punta cada vez que llegan a las salas españolas títulos como Rise: Cazadora de Sangre; un subproducto de género fantástico, casi de serie Z, que bebe directamente (en plan cutrón y salvando las distancias) de Blade. El vampiro bueno contra los vampiros malos. En este caso, se ha cambiado al no muerto negro por una chupadora de sangre amarilla, una Lucy Liu que lo único que hace con cierto esmero es lucir sus variados conjuntos de ropa interior para, a la mínima de cambio, dejar al descubierto sus dos meloncitos.
No busquen más que el cuerpo de la Liu y de las bellas féminas que la secundan (Carla Gugino incluida) en un film que tendría que haber ido, directamente y sin escrúpulos de ningún tipo, a la estantería más recóndita del vídeo-club en formato DVD. La actriz neoyorquina, aunque hija de padres chinos (por tal razón es amarilla), da vida en Rise a Sadie Blake, una reportera intrépida que, durante una de sus investigaciones para un reportaje sobre temas esotéricos, es secuestrada por un grupo de vampiros y, tras ser sometida y violada por éstos, acaba convertida en uno más de ellos. Dispuesta a evitar que otras personas de buen corazón sufran su misma pesadilla, iniciará una venganza en forma de exterminio. De Blake a Blade tan sólo varía una consonante..., aunque en realidad estén distanciadas por un abismo.
No gasten sus euros en tal aberración cinematográfica, ni siquiera pierdan el tiempo poniendo a trabajar a la mula. Cualquier telefilme de tres al cuarto es más visible que este engendro dirigido por Sebastián Gutiérrez, el mismo que (curiosamente) debutara como realizador con la muy original (aunque extraña) El Beso de Judas. Entre un título y el otro hay también otro gran abismo. Rise ni entretiene ni sabe crear atmósferas tensas, Los tópicos se acumulan y, de vez en cuando, para sacar al espectador del sopor en el que ha caído, le muestra un par de tetas. Y es que, algunos cineastas, van de mal en peor.
Todo lo contrario de lo que le ocurre a David Slade quien, tras la interesante Hard Candy, cambia de tercio y regresa con fuerza mediante un film de vampiros como Tutatis manda: 30 Días de Oscuridad, un estimulante producto de género que lleva aguantando un mes en una cartelera en la que muchos títulos desaparecen con una rapidez inusitada.
La idea de partida es ciertamente original pues, sabiendo que los vampiros no soportan la luz solar, decide instalar a un grupo de ellos en la helada localidad de Barrow, en Alaska; un pequeño y frío pueblecito que, una vez al año, pasa 30 días exactos sumido en la mayor de las oscuridades. El escenario ideal para que los chupasangres campen a su aire y mantengan sus tripas bien alimentadas sin esconderse del sol.
Un sheriff depresivo y su mujer, de la que acaba de separarse, junto con los pocos supervivientes que quedan después de los primeros y brutales envites realizados por los recién llegados, tendrán que agudizar su ingenio para mantenerse con vida hasta la próxima salida del sol. Un mes lleno de tensión y cargado de pasajes terroríficos; unos pasajes a través de los cuales David Slade demuestra su dominio de la cámara y de los efectos visuales, creando, al mismo tiempo, un agobiante crescendo argumental que conduce a la historia hacia un final tan dantesco como original.
La imagen de un sobrecogedor Danny Huston, dando vida a Marlow (un moderno Nosferatu erigido en cabecilla del funesto grupo), es una de esas visiones difíciles de olvidar, igual que ocurre con el contraste del color rojo de la sangre sobre el blanco inmaculado de la nieve que puebla las calles de la ensombrecida villa de Barrow. Un efecto visual magnifico y sacado directamente de las páginas de la novela gráfica en la que se basa. Un purgatorio nevado al que bien vale la pena darle un vistazo.
1 comentario:
COINCIDO EN TODO.
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