28.3.08

EN RESUMIDAS CUENTAS: Amor se puede escribir de dos maneras...

Dos comedia sobre el amor, aunque de distinto signo, compiten estos días en la cartelera barcelonesa. Ambas sólo pretenden entretener pero, mientras una se muestra inteligente y divertida, la otra se decanta por la cursilería y apuesta por captar a un público más joven.

La primera es Como la Vida Misma, un entretenimiento fresco que, en su base argumental, desata un clima del mal rollo y pésimas vibraciones en el seno de una familia numerosa y acomodada. El causante del problema es Steve Carell, uno de los cómicos más contenidos del panorama actual. Ese Carell que, de procedencia televisiva, se vio potenciado al estrellato, tras varias tentativas, gracias a su excelente papel de suicida en la peculiar Pequeña Miss Sunshine.

En Como la Vida Misma (la pésima traducción al español del más idóneo Dan en la Vida Real), el cómico de Massachusetts se introcude en la piel de Dan Burns, un escritor viudo, con una columna diaria en un periódico neoyorquino, que ha de sacar adelante, el solito, a sus tres jóvenes hijas. Lleva ya varios años sin mujer y, entre su trabajo y las forzadas funciones de madre, se ha convertido en un padre un tanto férreo para las niñas. Está claro que a Dan Burns, a pesar de la buena fe con la cual controla a su prole, necesita a una nueva compañera a la que amar, que le ame y que le ayude a sacar las castañas del fuego. Y esa pareja la encontrará en una librería de las afueras de la ciudad, justo en el momento en que se dispone a disfrutar de un fin de semana campestre, en casa de sus padres y en compañía de sus hermanos, cuñados y sobrinos. Lo que él aún no sabe es que Marie, esa fémina caída del cielo y amante de la literatura, guarda un íntimo secreto que desbaratará todos sus planes familiares.

Carell está que se sale; siempre al límite de la sobreactuación, aunque sin cometer el error de caer en ella. Marie, su “novia” accidental, es la intachable Juliette Binoche, una actriz capaz de mantener una química chispeante (y recíproca) con su partenaire masculino; una química con un mérito increíble ya que, por razones bastante lógicas, no pueden expresar sus sentimientos y su feeling ante los familiares de él.

La cinta trasncurre por el camino trazado en ese divertimento que llevaba por título Los Padres de Ella, pero en versión sobria y rehuyendo el exceso de astracanada que fluía de la dirección de Jay Roach. Y es que, por suerte, ni Carell ni Binoche llevan dentro el histrionismo de Robert De Niro y Ben Stiller. Peter Edges, director y guionista de Como la Vida Misma, ha optado por dar más relevancia a los diálogos que a los gags físicos y visuales, aunque reservándo un pequeño espacio para éstos a través de la innata comicidad de su protagonista masculino (el baile desmembrado en el bar de copas o la clase de aeróbic al aire libren son, sencillamente, embriagadores).

No busquen el no va más de la comedia actual en esta cinta, pues no lo van a encontrar. Tómensela como lo que es: un producto para pasar un rato agradable. Tan sólo déjense llevar por sus graciosas situaciones (al más puro estilo de los clásicos del género) y por ese tono vodevilesco que se desprende de todas aquellas escenas que transcurren en el interior de la casa de los padres de Dan Burns y que, por cierto, están interpretados por los ya mayorcitos Dianne Wiest y John Mahoney, un par de actores que, en cada una de sus intervenciones, demuestran su solidez y seguridad en escena.


La otra de las dos películas citadas en el anunciado es 27 Vestidos; la mala del doblete; así, tal y como suena, a lo bruto. Y mala de cuidado. Una cinta montada, con todo el descaro del mundo, para el lucimiento absoluto de una apayasada Katherine Heigl, esa rubita embarazada de la sorprendente Lío Embarazoso y, al mismo tiempo, la Dra. Izzie Stevens para los seguidores de la televisiva Anatomía de Grey. Pero, por mucho empeño que pongan en potenciarla, en esta ocasión, y con tantos mohines y muecas de niñata tontorrona que desgrana, lo único que conseguirán es arruinar su carrera futura. Y es que la joven, a parte de dar vida (como puede) al topicazo de la rubia sin sesera y cuya única misión en la vida es casarse con un príncipe azul, termina por resultar agotadora para el espectador.


En 27 Vestidos atiende por Jane Nichols, una muchacha que, desde su más tierna infancia, ha sentido una inclinación especial (y hasta diría que morbosa) por asistir a cuantas ceremonias nupciales le sean posibles. La obsesión por ejercer como dama de honor de la novia, la ha llevado a representar ese papel en 27 ocasiones. Ella aún es soltera y está empleada como secretaria en una floreciente empresa por cuyo propietario -un inexpresivao, engordado y afónico Edward Burns- se le derriten las pocas neuronas que pululan por su cerebro. El hombre, sin embargo, no atina en lo loquita que tiene a su tiernecita mano derecha por sus huesos, por lo que direcciona sus sentimientos más íntimos hacia la hermana de Jane, un putón descarriado que hace gala de una incultura supina. Los celos y la constante presencia de un reportero guapetón -encargado de la sección de sociedad de un periódico de Nueva York-, serán algunos de los aspectos que redefinirán el camino de la ñoña jovenzuela.

El adjetivo cursi es poco para definir un film tan rosado, vacío y almibarado y en el que las intenciones de su directora, la coreógrafa Anne Fletcher, apuntan, sin vergüenza alguna y de modo fallido, a rememorar el espíritu de aquellas comedias clásicas de los años 50 en las que, por ejemplo, los gloriosos Spencer Tracy y Katharine Hepburn pasaban del odio furibundo al amor eterno en menos que canta un gallo. A pesar del empeño en lograrlo, ni posee un guión con gancho y ni James Marsden (el gallardo y conquistador periodista) ni la amiga Heigl le llegan a la suela de los zapatos a los protagonistas de la magistral La Costilla de Adán; sencillamente dan pena.

El culto por las bodas, la exaltación reiterativa del amor y del matrimonio, la consolidación de la familia... todo un catálogo de tópicos al servicio de una de las soserías más insoportables de la cartelera. Una sobredosis pegajuntosa de azúcar de digestión imposible. El producto ideal para niñas quinceañeras venidas de generaciones ancestrales. O sea: el producto ideal para nadie.

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