20.3.08

JUEVES SANTO: Con la Iglesia hemos topado

No hay nada mejor que iniciar las fiestas de Semana Santa dándole un vistazo a La Sentencia, una película en la cual la Iglesia Católica tiene un protagonismo especial; un protagonismo tal que, en su estreno, provocó las iras del Vaticano, lugar del que salió un comunicado público criticando lo que narraba en su film el veterano y académico Norman Jewison. “Quién se pica, ajos come”, debió pensar el mítico realizador. Y es que, en su propuesta, supo meter el dedo en la llaga.

La Sentencia está ambientada en la Provenza francesa, a principios de los años 90, justo cuando un hombre ya mayor, un tal Pierre Brossard, ha de deshacerse, de forma improvisada, de un asesino a sueldo que estaba tras sus pasos. Dos balazos en el cuerpo y un tercero en la frente, a modo de remate, son más que suficientes para dejar la amenaza atrás y seguir su camino hacia el domicilio habitual de los últimos años: una pequeña y solitaria abadía situada en lo alto de un monte.

A pesar de lo que puedan sospechar, Brossard no es ningún monje con licencia para matar. En realidad se trata de un tipejo de mucho cuidado; un criminal que, en su juventud, en plena toma de Francia por parte del ejército nazi y acogiéndose a uno de los dictados del régimen de Vichy, se alistó a la llamada milicia y, desde allí, delató a varios judíos, vecinos de su localidad natal, que fueron asesinados por un pelotón de ajusticiamiento alemán. Desde que terminó la guerra, el amigo Brossard vive a expensas de la justicia y amparado por la Iglesia.

Un impresionante Michael Caine se encargó, de manera sobresaliente, de dar vida a ese facineroso errante que, desde hace muchos años, ha pasado su existencia saltando de monasterio en monasterio. Su extremada fe es su mejor aliada. Sólo es necesario, para limpiar su conciencia, arrodillarse ante un confesionario y recitar sus negligencias sanguinarias. Una bendición, un par de rezos y a otra cosa, mariposa. Y secundándolo, la espléndida Tilda Swinton y la sobriedad de Jeremy Northam. Súmenle, a ellos, unos episódicos y solemnes Alan Bates y Charlotte Rampling y obtendrán la fórmula interpretativa perfecta.

Un film que, en lugar de Norman Jewison, podría haber sido dirigido por Costa-Gavras. Su estilo, la estética de thriller político y la voluntad de crítica hacia la Iglesia Católica así lo demuestran. De hecho, los resultados finales de La Sentencia son mucho más halagüeños que los que obtuvo el realizador griego con su bienintencionada, pero fallida, Amén, una cinta que, al igual que ésta -aunque ambientada en pleno Holocausto judío-, denunció la hipocresía y la postura del Vaticano ante ciertos asuntos realmente peliagudos. La diferencia, a favor de Jewison, es que éste aborda un tema similar sin resultar reiterativo como Gavras.

Jewison se adentra mucho más en el trepidante y laberíntico juego del thriller y, ante todo, en el retrato psicológico de un personaje oscuro y maquiavélico que, en el fondo, no deja de ser un peón más en el tablero de ajedrez; un peón al que manejan, hacía un lugar u otro, según del lado que sople el viento. Él, ese Brossard que se santigua ante cada cruz y cada sotana que aparece en su camino, es solamente uno de tantos títeres con los que silenciar a la opinión pública. Otros, tanto o más tenebrosos que él, son los que dictan el camino desde las altas esferas. Y esos otros, muy a menudo (demasiado a menudo), comparten mesa con aquellos que dan cobijo a tiparracos como Brossard. A veces, hasta incluso subvencionan su manutención. Y es que, en el fondo, son la misma chusma... aunque perfumadita.

Un producto sólido y enérgico. Intriga, suspense, misterio, política y religión. Todo en el mismo saco y mezclado con sabiduría, ritmo y una categoría exquisita. Un Norman Jewison que, a pesar de su avanzada edad (78 años tenía cuando lo filmó), aún se mantiene en plena forma. Gato viejo, este Jewison...


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