27.3.08

El chico de Minnesota


Nadie sin el estilo de Richard Widmark, y sin inmutarse en lo más mínimo, tiraría a una anciana inválida, escaleras abajo y con silla de ruedas incluida, tal y como hizo en su debut para la pantalla grande en 1947. La película era El Beso de la Muerte y su director, Henry Hathaway, acababa de descubrir al actor en una obra de teatro que éste interpretaba en los escenarios de Broadway. Con ese gángster perverso y sin escrúpulos, que atendía por el nombre de Tommy Udo, nacía una de las grandes leyendas cinematográficas que, justo el pasado lunes, nos abandonaba.

Un chico rudo de Minnesota, alto, rubio, de facciones marcadas y mirada penetrante. Uno de los duros del Séptimo Arte que, a pesar de encarnar a diversos militares a lo largo de su carrera, jamás llegó a vestir el uniforme, en la vida real, al ser incapacitado por el Ejército debido a una perforación de tímpano.

Un tipo áspero y aguerrido. El cine negro fue su trampolín, genero del que nunca se distanció para seguir potenciando sus cáusticos personajes, ya fueran a un lado u otro de la ley. Noche en la Ciudad, Pánico en las Calles, Manos Peligrosas o Brigada Homicida, son sólo algunos de los compactos y emblemáticos thrillers que desvelaron el perfilado carácter interpretativo de Widmark, un actor brillante que, sin embargo, de forma inmerecida y a pesar de ser nominado al Oscar como secundario por la citada El Beso de la Muerte, nunca obtuvo la prestigiosa estatuilla. Por ese mismo trabajo, tuvo que conformarse tan solo con un Globo de Oro.

Dos Cabalgan Juntos, La Ley del Talión, El Jardín del Diablo, Lanza Rota, El Hombre de las Pistolas de Oro, Desafío en la Ciudad Muerta, El Álamo o su intervención en la majestuosa El Gran Combate de John Ford, entre otros westerns, desvelaron su lado más aventurero e impetuoso. Cowboys de acentuada personalidad a los que, al igual que en sus películas policiacas, dotó de una dualidad psicológica situada siempre entre la frontera del bien y del mal.

Vencedores o Vencidos, en la que encarnaba al intachable fiscal militar del llamado Juicio de Nüremberg, o el pérfido cirujano que llevaba por el camino de la amargura a Michael Douglas en la tensa Coma, son otros de sus inolvidables roles dotados de una potencia que la Academia de Hollywood jamás quiso recompensar. Una potencia que incluso supo mantener al mismo nivel en el campo televisivo pues, a raíz del éxito obtenido por la película Brigada Homicida a las órdenes del eficaz Don Siegel, resucitó al personaje del neoyorquino detective Daniel Madigan y lo instaló, cuatro años más tarde, en 1972, en la nebulosa ciudad de Londres a través de la muy interesante serie (de tan sólo seis episodios) Madigan.

93 años tenía cuando, el pasado día 24, decidía dejar atrás El Jardín del Diablo para perpetrar un Atraco en las Nubes.

Descanse en paz.

No hay comentarios: