29.3.08

Salamanca queda por Guanajuato, en México

Gracias a En el Punto de Mira he descubierto, no sin cierto asombro, que casi todos los habitantes de Salamanca, en España, son mejicanos. Viendo el film de Pete Travis, me he dado cuenta que durante todo la vida he sido engañado, vilmente, en cuanto a la situación geográfica de una ciudad que siempre había ubicado mucho más cerca. Mis padres, cuantos maestros de geografía tuve en la escuela, los responsables de los informativos televisivos y la prensa diaria española, son algunos de los responsables empecinados en mantener, a capa y espada, que se trata de una población castellana.

Gracias, amigo Travis, por demostrar que el acento del salmantino denota un deje mejicano que tumba de espaldas. Y no sólo su entonación, pues el color de la piel y los rasgos físicos de sus habitantes, apuntan directamente a ser hermanos de sangre de Santo El Enmascarado y sus colegas. O eso, al menos, es lo que indica el tal Travis al situar la acción de En El Punto de Mira en pleno corazón de la ciudad, justo en su Plaza Mayor; una plaza en la que se vive un desconcierto sin igual al realizarse, en el lugar, uno de los actos públicos que forman parte de una cumbre internacional para paliar el terrorismo a nivel mundial.

Y allí, en esa plaza hispanomexicana, todo está preparado para que el presidente de los EE.UU., tras unas palabras del alcalde salmantino, ofrezca un pequeño discurso al respetable. Miles de vecinos de la ciudad abarrotan el lugar, haciendo ondear al viento y sin parar centenares de banderines rojigualdos. Un buen número de hombres del cuerpo de seguridad del presidente, controlan que no se realice ningún atentado pero, a pesar de ello, varios disparos inesperados alcanzan el cuerpo del político, justo en el instante en que se disponía a soltar su perorata. Poco después suenan un par de explosiones lejanas y, casi al instante, una bomba estalla bajo el entarimado en el que ha sido abatido el jefe de estado...

Éste es el prometedor inicio de uno de los thrillers más delirantes y ridículos que he soportado en lo que llevamos de temporada. Y digo lo de un “inicio prometedor” porque, curiosamente, sus primeros quince minutos (aparte de descubrir una Salamaca inédita), poseen nervio y garra. Después, cuando En el Punto de Mira entra (teóricamente) en materia, todo se desarma de modo alarmante. Al director le encanta jugar a eso tan de moda de los distintos puntos de vista sobre un mismo suceso. De hecho, esa es su principal y única ambición; en realidad, una manera como otra de esconder la falta de un guión mínimamente coherente. Así, con tal excusa, se inicia un cansino bucle que, a pesar de su trepidante ritmo, resulta repetitivo y eterniza la escasa hora y media de su metraje. La cámara repasará, uno por uno, la implicación de varios de los personajes que han sido testigos directos del atentado, tomando un especial relieve un guardaespaldas traumatizado y un turista norteamericano el cual, con la ayuda de una cámara digital, está dispuesto a no dejar escapar ni uno sólo detalle.

El agente de seguridad es un acabado e histriónico Dennis Quaid, un hombre aún empeñado en demostrar, contra viento y marea, que siempre ha sido y será un pésimo actor. Y no es el único que se desmadra a sus anchas, pues Forest Whitaker, dando vida al turista antes mencionado (uno de los personajes más surrealistas de la cinta), da rienda suelta a su incontinencia interpretativa, ofreciendo uno de los espectáculos más patéticos de su carrera. Viéndolo aquí, nadie se atrevería a afirmar que el año pasado consiguiera el Oscar por su trabajo en El Último Rey de Escocia. A veces, esa estatuilla calvorota, se transmuta en un premio maldito que, en lugar de potenciar, baja de nivel a sus ganadores.

William Hurt (el presidente y su propia sombra), Sigourney Weaver (una tensa realizadora de televisión) o Eduardo Noriega (en un rol polivalente y pésimamente descrito) son otras de las estrellitas estrelladas que forman parte del elenco actoral. Ninguno parece creerse demasiado su papel. Ni siquiera tienen clara la ubicación geográfica en la que están trabajando. ¿Salamanca? ¿Cuernavaca? ¿Puebla? Tanto da. Ellos estiran la mano y cobran unos dinerillos. Y si los españolitos de la piel de toro tienen pinta de mejicanos, a ellos les importa un bledo. Total, con tanto ajetreo y movimiento que se lleva el director en su puesta en escena, muy pocos van a prestar atención a sus pésima actuaciones.

Un film vacío y lleno de errores de guión. Pocas cosas cuadran en la historia contada. Un puzzle laberíntico mal resuelto y peor conducido. La clara demostración de que, cuatro escenas de acción y un montaje acelerado, no son suficientes para compactar un producto comercial mínimamente digno. Y es que sin guión, no hay nada de nada.

Además, ¿por qué no se ambientó directamente en Ciudad de México en lugar de reconstruir allí, palmo a palmo, la Plaza Mayor de Salamanca? ¿Acaso los de por aquí no dábamos la suficiente sensación de latinoamericanos para filmar en nuestra casa? Con lo sencillo que hubiera sido rodar en la otra Salamanca, la de Guanajuato, en México...

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