
En esta ocasión, cambia el más habitual punto de vista del trabajador por el del empresario, aunque se trate de un empresario atípico: una joven rubia, atractiva y madre soltera que, harta de saltar de un empleo a otro, decide montar su propia sociedad en compañía de la amiga con la cual comparte piso; una agencia enfocada a la gestión y búsqueda de trabajo para inmigrantes en paro. Una oficina que actúa al viejo modo y desde la que cada mañana, tras salir el sol, sus dos propietarias eligen a dedo a un seleccionado grupo de personas a las que destinarán hacia fábricas o hacia el mundo de la construcción. Empleos, todos ellos, breves y de remuneración mínima.


En Un Mundo Libre... no ofrece mucho más que otras cintas dirigidas por el propio Loach, un realizador que se ha encallado un tanto en su estilo y que da la impresión de repetir, una y otra vez, la misma película. Las mínimas variaciones que ofrece en ésta (como el de situar a su protagonista en el bando contrario) no son suficientes como para renovar su estilo. De hecho, fuera de la denuncia social y política típica en su cine, lo más resaltable se encuentra en la plasmación de la tensa relación que mantiene Angie con su socia, en los breves encuentros con su padre y su propio hijo y, ante todo, en el crescendo melodramático que le otorga a su narración. Un crescendo que, al mismo tiempo, define a la perfección el desorden mental e ideológico de esa empresaria autónoma que, de Madre Teresa de Calcuta de los sin papeles, pasa a ser la principal enemiga de éstos.


La historia se inicia en Estados Unidos, lugar al que ha ido a vivir Amir, un escritor nacido en Kabul que, en compañía de su padre, dejó atrás Afganistán tras los continuos ataques comunistas. Han pasado 20 años desde su marcha, cuando una llamada telefónica de auxilio le enfrentará de nuevo con su pasado y le obligará a regresar a su tierra natal para recuperar una amistad perdida. El duro régimen talibán y el descubrimiento de ciertos secretos familiares, le llevarán a una recapacitación personal tan cerebral como emotiva. Atrás quedan esos días felices en los que, en compañía del pequeño Hassan, en su infancia, recorría las calles de Kabul haciendo volar cometas en el cielo.

Atención a las excelentes interpretaciones de Zekiria Ebrahimi y Ahmad Khan Mahmoodzada, los pequeños Amir y Hassan y sobre los que recae el peso de la parte más atractiva y magnética de un film sobrio y necesario.

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