Después de mostrar los inicios del IRA en la Irlanda de los años 20 a través de la interesante El Viento Que Agita la Cebada, el británico Ken Loach regresa a uno de los temas más recurridos en su filmografía: el del mundo laboral y la explotación del trabajador en la sociedad actual. Y lo hace de la mano de En Un Mundo Libre..., un film que se centra, principalmente, en el trabajo temporal y el uso de inmigrantes ilegales como mano de obra barata.
En esta ocasión, cambia el más habitual punto de vista del trabajador por el del empresario, aunque se trate de un empresario atípico: una joven rubia, atractiva y madre soltera que, harta de saltar de un empleo a otro, decide montar su propia sociedad en compañía de la amiga con la cual comparte piso; una agencia enfocada a la gestión y búsqueda de trabajo para inmigrantes en paro. Una oficina que actúa al viejo modo y desde la que cada mañana, tras salir el sol, sus dos propietarias eligen a dedo a un seleccionado grupo de personas a las que destinarán hacia fábricas o hacia el mundo de la construcción. Empleos, todos ellos, breves y de remuneración mínima.
Lo que en un principio parece una gestión loable, se convertirá en un negocio oscuro en el que las reglas y las leyes importan muy poco. El dinero y el egoísmo sustituyen con rapidez la buena voluntad inicial. La lucha social deja paso a la sinrazón, transmutando a las personas en simples números a manejar dentro de la mente de Angie, esa rubia metida a capataza accidental y a la que le gusta vestir enfundada en cuero negro; una rubia que, con un mucho de Angelina Jolie, es interpretada de forma brillante por la debutante y prometedora Kierston Wareing.
En Un Mundo Libre... no ofrece mucho más que otras cintas dirigidas por el propio Loach, un realizador que se ha encallado un tanto en su estilo y que da la impresión de repetir, una y otra vez, la misma película. Las mínimas variaciones que ofrece en ésta (como el de situar a su protagonista en el bando contrario) no son suficientes como para renovar su estilo. De hecho, fuera de la denuncia social y política típica en su cine, lo más resaltable se encuentra en la plasmación de la tensa relación que mantiene Angie con su socia, en los breves encuentros con su padre y su propio hijo y, ante todo, en el crescendo melodramático que le otorga a su narración. Un crescendo que, al mismo tiempo, define a la perfección el desorden mental e ideológico de esa empresaria autónoma que, de Madre Teresa de Calcuta de los sin papeles, pasa a ser la principal enemiga de éstos.
Una sensible y tierna historia sobre una amistad truncada en lo mejores años de la infancia, es lo que nos ofrece Marc Foster en Cometas en el Cielo, su último trabajo. Un trabajo que, por su tratamiento realista, se aleja del divertido surrealismo con el que afrontó la muy diferente Más Extraño Que la Ficción o de las divagaciones, falsamente emotivas, de la fallida Descubriendo Nunca Jamás. Y es que a través de Cometas en el Cielo, y salvando las distancias temáticas, se aproxima de nuevo a la crudeza de Monster’s Ball, su mejor título hasta el momento.
La historia se inicia en Estados Unidos, lugar al que ha ido a vivir Amir, un escritor nacido en Kabul que, en compañía de su padre, dejó atrás Afganistán tras los continuos ataques comunistas. Han pasado 20 años desde su marcha, cuando una llamada telefónica de auxilio le enfrentará de nuevo con su pasado y le obligará a regresar a su tierra natal para recuperar una amistad perdida. El duro régimen talibán y el descubrimiento de ciertos secretos familiares, le llevarán a una recapacitación personal tan cerebral como emotiva. Atrás quedan esos días felices en los que, en compañía del pequeño Hassan, en su infancia, recorría las calles de Kabul haciendo volar cometas en el cielo.
La traición, la mentira y el miedo marcan una cinta loable que, al mismo tiempo, realiza un excelente retrato de las distintas etapas políticas sufridas por un país castigado y machacado; un país en el que el terror sigue campando a sus anchas, bien sea en forma de lapidaciones públicas o mediante un severo y riguroso código penal. Un producto de tintes realistas que, sin embargo y hacia su parte final, posee algún que otro bache en su (en general) conciso y bien escrito guión y que, por momentos, rompe ese tono de veracidad por el que ha optado un muy bienintencionado Marc Foster.
Atención a las excelentes interpretaciones de Zekiria Ebrahimi y Ahmad Khan Mahmoodzada, los pequeños Amir y Hassan y sobre los que recae el peso de la parte más atractiva y magnética de un film sobrio y necesario.
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