21 Black Jack es un film ambientado de nuevo en el mundo del juego y los casinos. En él, un grupo de jóvenes estudiantes del Instituto Tecnológico de Massachussetts, capitaneados por su profesor de matemáticas, viajarán cada fin de semana hasta Las Vegas para, con sus conocimientos y memoria, sacar abultados pellizcos monetarios con el Black Jack.
El australiano Robert Luketic dirige el cotarro basándose, para ello, en un caso real y consiguiendo un trabajo correcto que cumple con su principal cometido: el de entretener. Y ello lo hace a pesar de sus dos largas horas de proyección (que podrían haberse aligerado eliminando mucha paja central) y de su rocambolesco (y no muy creíble) final. La presencia secundaria de Kevin Spacey (un tanto desmadrado en el rol del matemático) y la de un brillante Laurence Fishburne (el poco escrupuloso y brutote jefe de seguridad del consorcio de casinos de Las Vegas), hacen más interesante su visionado, al tiempo que ayudan a paliar la sosería con la que el joven Jim Sturgess afronta el papel de Ben Campbell, el protagonista principal.
Gracias al llamado milagro del boca a boca, Caramel se ha convertido en una de las películas que llevan más tiempo en cartelera. Un film sencillo y agradable que, sin proponer nada nuevo, esboza un sensible dibujo de las mujeres del Beirut actual centrándose, ante todo, en las empleadas de una pequeña y humilde peluquería.
Caramel supone el primer trabajo como directora de Nadine Labaki, la actriz que en la cinta asume el papel de una de las peluqueras, Layal, una joven completamente colgada por un hombre casado. Su aspecto coral, el toque humorístico y hortera que le imprime, y los estereotipados (aunque funcionales) personajes que presenta, aparte de suavizar sus claros tonos melodramáticos, la aproximan al cine de un primerizo Pedro Almodóvar. De hecho, si el realizador manchego hubiera nacido mujer y en Beirut, habría debutado con un título de similares características aunque, a buen seguro, sin resultar tan acaramelado como éste.
El Baño del Papa recoge parte del episodio acaecido durante uno de los numerosos viajes que realizó, durante los años 80, el Papa Juan Pablo II; concretamente el que le llevó hasta Melo, un pueblecito de Uruguay, casi perdido en el mapa y situado a muy pocos kilómetros de la frontera con Brasil. La pobreza, el contrabando y las falsas ilusiones, marcan un trabajo que, por sus coordenadas, parece inspirado directamente en el Bienvenido, Mr. Marshall de Berlanga.
César Charlone y Enrique Fernández son los dos directores y guionistas de una cinta cargada de buenísimas intenciones que, sin embargo, posee un error garrafal. Un error que recae en la figura de su protagonista principal, Beto, uno de los habitantes de Melo que, por el modo de afrontar las acciones que lleva a cabo (tanto en el ámbito social como familiar) no acaba de caer bien al espectador. Les puedo asegurar que, personalmente, le pillé tal tirria a ese tipo que dejó de interesarme todo cuanto le envolvía. Y es que César Troncoso, el actor que le da vida, en muy poco ayuda con su histriónica y repelente interpretación.
Lars y una Chica de Verdad estuvo nominado a mejor guión original en la pasada edición de los Oscar de Hollywood. Y, la verdad, tras visionarlo, aún sigo preguntándome que narices le vieron los académicos a un producto tan pedantillo como éste, y del cual tan sólo se puede destacar su idea central: la de un joven pueblerino y tontainas que, para paliar su soledad, decide comprar a Bianca a través de Internet; o sea, una muñeca de tamaño natural, sacada directamente del catálogo de un sex-shop, a la que convertirá en su pareja de por vida.
Una fábula indi insoportablemente aburrida. Segundas y terceras lecturas se aglutinan para revestir, de falso progresismo, una historia que no conduce a ningún lado. Su director, Graig Gillespie, tras su primera incursión cinematográfica con la desastrosa Cuestión de Pelotas, ha querido demostrar que también sabe hacer cine de autor y, para ello, aglutina en su guión, sin orden ni concierto, conceptos como religión, psicoanálisis y relaciones humanas. Pero, en su engreído esfuerzo gafapastoso, le ha salido el tiro por la culata y ni siquiera, un buen actor como Ryan Gosling, ha sabido estar a la altura de otros trabajos suyos. Lo mejor, sin lugar a dudas, la estática interpretación de Bianca, la muñeca recauchutada: al menos está buenorra.
Mi Novio es un Ladrón es una comedieja agradable que funciona, ante todo, por el divertido y curioso personaje de Meg Ryan, una mujer obesa a reventar que, entristecida tras verse separada durante una larga temporada de su hijo, decide someterse a un régimen estoico y convertirse en una nueva y atractiva fémina. A las ganas de vivir y follar de esta new women, añádanle la presencia de un seductor ladrón de guante blanco (con la cara de Antonio Banderas) y el regreso al hogar del sorprendido hijo pródigo, un valorado agente del FBI.
Escrita y dirigida por George Gallo, se trata de un producto funcional, sin demasiadas pretensiones y con un par de gags ciertamente conseguidos. No hay que pedirle peras al olmo. Quiere entretener y lo logra sin demasiado esfuerzo a pesar de que, por culpa de su desmadrado apartado final, el film acaba estrellándose. De todos modos, la posibilidad de ir enumerando las operaciones de cirugía plástica, en el rostro y cuerpo de Meg Ryan, resulta una experiencia inenarrable y de lo más sibilino.
El nuevo film de Michel Gondry, Rebobine, Por Favor, es una joyita sin pulir. Y digo sin pulir ya que, la parte central de tan exquisito homenaje cinéfilo, se me antoja un tanto reiterativa y falta de inspiración. Pero el resto, desde su surrealista argumento a su glorioso canto en defensa de la creatividad intelectual y del cine en general, resulta simplemente maravilloso. Cine basura, cine de autor, cine comercial... todo tiene cabida en el infinito amor que demuestra el realizador parisino por el Séptimo Arte.
La historia es de un delirio de lo más sugestivo. En ella, un par de descerebrados, tras desmagnetizar accidentalmente todos los VHS del vídeo-club propiedad de un hombre mayor, deciden filmar sus propias versiones de aquellos títulos que demanda la clientela del local. El gran guiño está servido. Y, de postre, la verdadera resurrección de Frank Capra. Un servidor, ante tanta emotividad final, soltó su lagrimita de rigor. Tan acertado está el film que ni siquiera molesta la presencia de un conspiranoico Jack Black.
Con Una Chica Cortada en Dos, Claude Chabrol regresa a sus temas de siempre, a los de toda la vida. El declive de la burguesía francesa, el adulterio y el crimen vuelven a andar, cogidos de la mano y de forma triangular, en el cine del director francés y a través de una cinta que, a pesar de su aplastante corrección académica, no ofrece nada nuevo.
Ya todo suena a manido en el universo chabroliano. Su lento y adormecedor ritmo narrativo, junto a la soberbia que desprenden sus diálogos y personajes, me parece de lo más agotador. Si a ello le añadimos la previsibilidad de cuanto nos cuenta, descubriremos que Chabrol se ha quedado un tanto oxidado. Está claro que la Nouvelle Vague ya no es tan nouvelle como antaño. Sin lugar a dudas, lo mejor del film se localiza en su atractivo y popero cartel publicitario.
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