John Huston, Michal Caine, Sean Connery y Rudyard Kipling. No es de extrañar que, con esa mezcla de nombres, El Hombre Que Pudo Reinar sea uno de los títulos con el espíritu más romántico y aventurero de la década de los 70. Un título ya mítico y clásico que apareció, precisamente, en una época en la que el género de aventuras parecía bastante denostado. John Huston volvió a recuperarlo con una fuerza inusual, mediante un derroche de imaginación excelente en el que se combinaban, a la perfección, la elegancia de su realización con el exotismo del tema planteado.
El Hombre Que Pudo Reinar aglutina la mayor parte de los motivos recurrentes en el cine del realizador. Al igual que ocurría en El Tesoro de Sierra Madre, sus dos protagonistas son los típicos perdedores que poblaron el universo del director; un par de infortunados, obstinados en la realización de un sueño imposible. Un maravilloso canto a la amistad humana y, al mismo tiempo, un retrato hiriente de la obsesión por el poder y la locura que éste comporta a quien llega a palparlo por primera vez.
Pearchy Carnehan y Daniel Dravot. O, lo que es lo mismo, Michael Caine y Sean Connery, dos actores como la copa de un pino que, en esta ocasión, demostraron tener una química excelente entre ellos. Pearchy y Daniel para los amigos; un par de rufianes con un cínico sentido del humor a sus espaldas; casi, casi, como si Groucho y Chico Marx se hubieran disfrazado de militares al servicio de Su Majestad Británica. Su favor como soldados del ejército británico en la India ya ha dejado de interesarles. No respetan a nada ni a nadie; sólo a los que, como ellos, pertenecen a la Hermandad, a la masonería. Por eso resulta hasta lógico que eligieran a otro masón, el prolífico escritor Rudyard Kipling (un magnífico Christopher Plummer), como testigo de sus intenciones. Ante él y como si se encontraran en Una Noche en la Ópera, firmarán un contrato particular en el que se reflejan los puntos y bases de la empresa que ambos están a punto de iniciar: viajar hasta el mítico y peligroso país de Kafiristán para convertirse en monarcas del mismo.
Éste es el punto de partida de uno de los productos más compactos de John Huston; una cinta que, curiosamente en su día, fue maltratada e incomprendida, en todos los sentidos, por crítica y público. Una película maldita que, con el paso de los años, ha demostrado conservarse más fresca y actual de lo que muchos pretendieron con su desprecio. Una obra maestra del género en la que la comedia, la aventura y el melodrama forman un cuerpo único y en la que no se hacen de rogar las referencias a otros títulos anteriores de coordenadas similares. En el espíritu de la cinta están presentes, entre otras, la esencia de Gunga Din, Tres Lanceros Bengalíes o Kim de la India.
Basándose en una historia de Rudyard Kipling (escrita cuando el escritor ejercía de corresponsal en la India), John Huston y Gladys Hill escribieron el guión de El Hombre Que Pudo Reinar al alimón. Un guión cáustico e insolente, como sus dos personajes principales; dos personajes que no acabarán de madurar hasta que no descubran el horror en sus propios cuerpos. Una aventura alucinada, en donde la locura, la religión y la violencia están a la orden del día. Surrealistas partidos de polo, en donde cabezas humanas seccionadas sustituyen a la pelota habitual, son el festejo de un pueblo cruel al que piensan redimir: una imagen, ésta, que formará parte imborrable de la memoria cinematográfica.
Las claves del cine de Huston al completo. Él, en compañía de Humphrey Bogart, se embarcó en la caza de un elefante blanco; Pearchy y Daniel, hicieron lo propio aunque en busca del delirio de los dioses. La utopía como meta en una historia en la que la fidelidad entre amigos queda patente en todo momento, así como la sed de poder y la muerte como amenaza constante. Una obra única e insuperable que, sin lugar a dudas, animó a otros cineastas más jóvenes a retomar el género de nuevo, aunque fuera a través de un plano totalmente diferente. Cinco años después de su estreno, Spielberg iniciaba el rodaje de una de sus mejores películas, En Busca del Arca Perdida. La aventura, por fin, volvía a aposentarse en las pantallas de todo el mundo.
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